A lo largo del tiempo, sucesivos y diversos temas, que constituyeron una suerte de divortium acquarum ideológico, dividieron a los hombres y a las instituciones en dos campos contrapuestos en función de la orientación de sus ideas: la izquierda y la derecha. Fueron dos posiciones fundamentales ante la vida: la de favorecer el cambio, la innovación, la justicia económica y el progreso social o la de oponerse a ellos. Los motivos de la discrepancia variaron en el tiempo. Incluso se complicaron al ritmo de sociedades que se volvían cada vez más complejas y en las que operaron muchos puntos de contraste que se cruzaron y entrecruzaron.
En el pasado, por ejemplo, en función de la idea de libertad —libertad política, económica, religiosa, internacional— surgieron dos posiciones netas: la autoritaria, que era la derechista, y la tolerante, que era la de izquierda. Pero a este punto de referencia se agregaron otros y otros a lo largo del tiempo. Y aparecieron muchos “divisores de aguas” —el papel del Estado en la economía, la cuestión religiosa, la dependencia externa, la violencia, los límites de la propiedad privada, la distribución del ingreso, los derechos de la mujer, la planificación familiar, el control de la fecundidad, los alcances de la democracia, la aplicación de la robótica a las tareas de la producción, el asunto ecológico— que fraccionaron y complicaron la díada izquierda-derecha por los múltiples entrecruzamientos y combinaciones que promovieron.
A raíz de las espectaculares mutaciones que experimentó el mundo con el desplome del bloque soviético se discutió mucho si los papeles de la derecha y la izquierda estaban cambiados. Si la derecha se había vuelto izquierda al impulsar determinadas reformas —la “globalización” de la economía, el regreso al >laissez faire, el desmantelamiento del Estado, la >privatización de bienes públicos, la total apertura de mercados, la transferencia del comando de la economía a manos privadas— y la izquierda se había convertido en derecha al oponerse a ellas. Con mucho de efectismo y de falacia se adelantó esta discusión. A mi modo de ver, vistas las cosas con la debida perspectiva, lo que importa es establecer a quién benefician los cambios. ¿Es a la gran mayoría de gente pobre? ¿A los grupos económicos de privilegio? Hay cambios hacia adelante y cambios hacia atrás. Hay cambios que aventajan a minorías y otros que benefician a mayorías. Unos constituyen evolución y otros involución. Solamente a partir de estas realidades se puede calificar a sus propulsores como progresistas o como conservadores. En todo caso, hoy como ayer han surgido nuevos puntos de discrepancia entre derechas e izquierdas, dentro de la permanente movilidad de los fenómenos políticos.
1. Orígenes de la palabra. Es curioso observar que la palabra derecha ha tenido desde viejos tiempos connotaciones positivas —rectitud, corrección, apego a la ley, buenas costumbres, buen augurio— mientras que izquierda ha significado lo contrario. No sé cuál sea el origen de este simbolismo tradicional. En todo caso, es muy antiguo. Las religiones dieron esa connotación al término derecha. En algunas de ellas las “fuerzas del mal” estuvieron representadas por la izquierda. En el frontón triangular que preside las iglesias bizantinas y románicas, a la derecha del pantocrátor están los justos y a su izquierda los condenados. En los cuadros del juicio final ocurre lo mismo. Según el Nuevo Testamento, el hijo de Dios, desde su resurrección, está sentado a la diestra de Dios Padre, conforme reafirmó Jesús a Caifás durante su enjuiciamiento. Siempre se ha enseñado que en la crucifixión de Cristo el “buen ladrón” estuvo a su derecha y el malo a su izquierda, aunque la Biblia no lo dice explícitamente. La diestra es el lugar donde el Mesías se sentó en el trono junto a él (Salmo CIX, 1). Según Mateo XXV, 34: Entonces el Rey dirá a los que estarán a su derecha: venid, benditos de mi Padre, a tomar posesión del reino celestial. Y en el Salmo XVI, 8 y 14, se dice: De los que resisten el poder de tu diestra, guárdame señor; a los enemigos de tu diestra, sepáralos señor.
Por razones no explicadas, los misales suelen mandar que el sacerdote al celebrar la misa, después del introito, mueva primero el pie derecho al subir los escalones del altar. Lo cual concuerda con la conocida frase de “entrar con pie derecho” con la que se quiere significar empezar con acierto o en condiciones auspiciosas un negocio u otra actividad. Frase que aparece también en el Quijote y que sin duda obedece a la vieja superstición de que no debe empezarse un camino ni emprenderse una jornada sin adelantar primero el pie derecho. Los tahúres tienen por mal agüero alzar las cartas con la mano izquierda. El académico de la lengua española José María Iribarren, en su libro “El por qué de los dichos” (1955), se refiere a la frase tener buena mano derecha como signo de felicidad, fortuna o buena ventura en lo que se emprende. Un buen musulmán siempre debe entrar a la mezquita con el pie derecho, empezar a calzarse con este mismo pie y comer con la mano derecha. El lado derecho entre los musulmanes simboliza la buena suerte y la felicidad mientras que el izquierdo significa desgracia.
Estas significaciones fueron recogidas por las lenguas indoeuropeas —o sea las que se extienden desde la India hasta el occidente de Europa— en las cuales las palabras siniestro, sinester, gauche, linkisch, maladroit resultan peyorativas mientras que right, droit, droite, diritto, recht, derecha tienen connotaciones positivas.
La palabra latina que corresponde a izquierda es sinistra, que significa “izquierda” pero también “desastre”, “desastroso”, “funesto”, “aciago”. De ella provinieron los adjetivos castellanos siniestro y siniestra que, además de “parte o sitio que está a la mano izquierda”, significan “avieso”, “malintencionado”, “infeliz”, “nefasto”, “infausto”, “desgraciado”, “de triste recordación”.
En las usanzas protocolarias y en las ceremonias palaciegas la derecha suele significar prelación, preferencia y honor.
Hay una vieja confabulación semiológica contra la izquierda. Se ha creado un prejuicio de signo negativo en contra de ella. Y si bien este simbolismo no tuvo una intención política en sus remotos orígenes, no hay duda de que posteriormente las fuerzas del >establishment han desarrollado consciente o inconscientemente esos signos y valoraciones semiológicos.
La gente de la otra orilla se ha empeñado en enderezar las cosas y en dar un contenido ético a la izquierda. El politólogo italiano Giovanni Sartori (1924-2017) escribió: “en 1989 afirmé en un discurso improvisado que izquierda es hacer el bien a los demás, derecha el bien para sí”. Con lo cual quiso aludir al altruismo de la izquierda y al egoísmo de la derecha. Todos los apologistas de la izquierda han tratado de hacer lo mismo: han querido darle un contenido de justicia y de igualdad. Más de justicia que de igualdad porque los desiguales que nos hacen sufrir son los pobres. El pensador y político socialdemócrata alemán Peter Glotz (1939-2005), no obstante ser un duro crítico de la izquierda marxista, en su libro sobre la izquierda después de la victoria de Occidente publicado en Sttutgart en 1992, escribe que en el mundo actual son de izquierda las fuerzas que persiguen “la limitación de la lógica del mercado, o, más prudentemente, la búsqueda de una racionalidad compatible con la economía de mercado; la sensibilización por la cuestión social, es decir el apoyo al Estado social y a ciertas instituciones democráticas”; y concluye que si bien hoy no es fácil distinguir entre la izquierda y la derecha, dentro de poco tiempo lo será cuando el Estado social deje de ser algo obvio, el cuidado de la naturaleza pierda el apoyo que recibe de los grupos de la derecha y, en general, se clarifiquen muchas otras cuestiones que hoy están confusas.
Las raíces políticas de esta nomenclatura se encuentran en los tiempos de la Revolución Francesa, en cuya convención de 1792 tomaron asiento, a la derecha de la sala, los girondinos, que eran los diputados moderados de la convención, que aspiraban a una fórmula transaccional entre la monarquía y los planteamientos de la revolución; y hacia la izquierda los jacobinos, que pugnaban por conducir la transformación hacia sus últimas y más radicales consecuencias, decapitando al mismo tiempo testas coronadas y sistemas políticos envejecidos.
Los jacobinos eran hombres radicales, agresivos, a veces impulsivos en demasía. Anhelaban que los cambios sociales y políticos fueran profundos y rápidos. Querían romper amarras con el pasado y con todas sus instituciones. Eran revolucionarios. Estaban convencidos de que, en ese momento y en esas circunstancias, la violencia y la centralización del poder eran inevitables para salvar a Francia. Los girondinos, en cambio, más reposados, sostenían la posibilidad de una transigencia entre los postulados de la revolución y algunas de las instituciones del viejo régimen —incluida la monarquía, aunque no en su forma absoluta sino constitucional— para reencauzar la vida de Francia por la senda de la paz. Su nombre venía del hecho de que sus principales diputados procedían del departamento de la Gironda. Eran hombres cultos e inteligentes. Estaban dirigidos por Marie Jean de Condorcet, Jean Pierre Brissot y Pierre Victorin Vergniaud. Ideológicamente iconoclastas, seguidores de la filosofía materialista de Claude-Adrien Helvetius, discípulos de Rousseau, eran sin embargo políticamente más moderados que los jacobinos. Propugnaban el federalismo y la descentralización del poder.
En las tormentosas sesiones de la Convención se trabaron las más ardientes y profundas discusiones entre los diputados y, en el curso de ellas, se volvió usual que los del un lado de la sala se refirieran a los otros como los “diputados de la izquierda” y éstos a aquéllos como los “diputados de la derecha”.
Así nació la terminología.
Y a partir de ese episodio, ya tan lejano en el tiempo, la teoría y la práctica políticas la adoptaron. Son de izquierda las personas, los partidos y las instituciones que pugnan por el cambio social hacia adelante y de derecha los que se oponen a toda mutación en la forma de organización social imperante, a cuyo amparo medran las clases o capas sociales hegemónicas.
2. La vigencia de esta tipificación. Profundizando un poco, esta diferencia tiene que ver hoy con el racionalismo o el dogmatismo como postura filosófica, con los distintos enfoques acerca de la intervención estatal en el proceso económico de la sociedad, los límites y condicionamientos de la propiedad, la amplitud o la restricción del concepto de democracia, el tipo de relaciones que debe mantener el Estado con las iglesias, los grados de organización popular, la apertura hacia la movilidad social, la concepción de la igualdad, la distribución del ingreso y otros temas políticos, sociales y económicos de importancia, con respecto a los cuales el pensamiento de los hombres suele marcar diferencias.
Sin embargo, no es extraño escuchar a políticos y teorizantes decir que esta tipificación es ”obsoleta” o “anacrónica” o que está “pasada de moda”. Francamente no veo por qué pueda estarlo. Es una forma convencional —como muchas otras de las denominaciones o clasificaciones políticas: conservador, liberal, comunista, fascista o socialista— para distinguir a las personas e instituciones en función de su actitud ante la vida. Nació, ciertamente, de un episodio casi anecdótico de la convención francesa pero después la teoría política moderna la consagró. Y esta dicotomía ha sido acogida hoy en el debate cotidiano de los partidos en su lucha por el poder.
Forma parte de la propia díada de la historia que presenta a cada paso relaciones de antagonismo entre elementos contrapuestos. En este caso, los elementos contrapuestos son las ideologías políticas y los planes de gobierno que, en razón de ellas, se han formulado. Ese antagonismo se expresa mediante la dualidad izquierda-derecha. La dialéctica de los hechos sociales, que siempre entrañan dos elementos en conflicto, así lo determina. Ella forma parte del sistema de dualidades que caracteriza la vida y el desenvolvimiento de los fenómenos naturales y sociales. Ni el mundo de la naturaleza ni el de la cultura escapan a esta realidad. No hay orden alguno del conocimiento en que estas contraposiciones estén ausentes.
No es casual, como lo hizo notar hace tiempo uno de los más lúcidos pensadores políticos contemporáneos, Maurice Duverger, que quienes niegan la vigencia de esta distinción suelen ser precisamente personas de la derecha, interesadas en descalificar la propia tipificación respecto de quienes se empeñan en abrir nuevos cauces a la organización social y los que consagran todos sus esfuerzos y sus horas a mantener intocado el orden imperante, tan generoso en privilegios y ventajas para los grupos altamente situados en el escalafón social. “En Francia nadie admite que es de derecha —dice Duverger— y el mejor medio para disimular que se pertenece a ella es negar la oposición misma de la derecha y de la izquierda”.
Recordemos que José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange Española en 1933, se anticipó en desechar la clasificación ideológica entre derecha e izquierda. Esa, dijo, es una “división superficial”. Y, con singular simpleza, explicó: “unos están a la derecha y otros están a la izquierda. Situarse así ante España es ya desfigurar su verdad. Es como mirarla con sólo el ojo izquierdo o con sólo el ojo derecho: de reojo. Las cosas bellas y claras no se miran así, sino con los ojos, sinceramente de frente”. Esta combinación cursi de poesía, épica y política no resultó, ciertamente, muy afortunada.
El filósofo italiano Norberto Bobbio, en su libro “Derecha e Izquierda: razones y significados de una distinción política”, cuya segunda edición salió en 1995, hizo notar que el esquema derecha-izquierda es una “metáfora espacial” como muchas otras que se usan en la actividad política cotidiana sin que nadie las objete. Por ejemplo, se suele denominar cámara “alta” y cámara “baja” al senado y a la asamblea de los diputados o se dice “alto” clero o “bajo” clero con referencia a la jerarquía eclesiática. Se habla también de que la democracia es la organización del poder de “abajo hacia arriba” en contraste con la autocracia que se organiza de “arriba hacia abajo”. Lo mismo que aquello de “delante” y “atrás” con que se designa a la vanguardia y a la retaguardia políticas. O la visión dual de “Norte” y “Sur” que representan a los países desarrollados y a los subdesarrollados en el mundo contemporáneo. Todas estas son, según Bobbio, referencias “espaciales” aplicadas a la política que no han merecido objeción.
¿Por qué, entonces, la impugnación al binomio derecha-izquierda?
Problablemente porque nadie quiere ser de derecha —a pesar de que ella se ha revalorizado a partir de la caída del bloque marxista— y la mejor manera de lograrlo es mediante la negación de la existencia misma de estos conceptos.
3. Relatividad de los conceptos. La derecha siempre tendió a establecer compromisos con la defensa de ciertas categorías y valores tradicionales mientras que la izquierda propugnó su cambio. La derecha consagró sus energías a la preservación de la sociedad tradicional al paso que la izquierda se dedicó a liberar al hombre de las cadenas impuestas por el dogmatismo religioso, la opresión política, el abuso del poder económico y la estratificación social y a exonerarle de la discriminación de raza, sexo, origen nacional, cultura o cualquier otro motivo. Claro que derecha e izquierda no son conceptos absolutos sino relativos y móviles, según lo hemos visto. Están íntimamente ligados entre sí. El uno depende del otro, como ocurre con todas las categorías dialécticas. Alguien o algo es de izquierda con respecto a una derecha dada. Pero estos conceptos tienen contenidos diferentes en el tiempo y en el espacio. Ya hemos visto que en el tiempo la diferencia cambia y se renueva, lo mismo que el contenido de las palabras “izquierda” y “derecha”. Esa diferencia se ha desplazado desde los campos religiosos hasta los económicos. Es una diferencia de contenido variable. Con relación al espacio ocurre cosa parecida. Una misma tesis puede ser de izquierda en un país de contornos conservadores y de derecha en otro que haya acumulado conquistas progresistas. Esto se ve con mucha frecuencia y demuestra la relatividad y movilidad de los términos.
4. Derechas conservadora y reaccionaria. Hay una derecha <conservadora y una derecha >reaccionaria, según pretenda mantener el orden social imperante o intente volver hacia atrás, a buscar en las experiencias del pasado las fórmulas para afrontar la realidad presente. El objetivo estratégico de la derecha conservadora es mantener intocadas las formas de organización del Estado. No desea cambio alguno en ellas. Su programa es que nada se modifique, que nada cambie, que todo siga igual. A veces, sin embargo, hace concesiones tácticas para mantener lo fundamental. La derecha reaccionaria, en cambio, no sólo que no se satisface con la realidad presente sino que busca volver las cosas hacia atrás para poner en vigencia experiencias políticas y económicas del pasado. Intenta caminar en sentido contrario los caminos de la historia. Estos movimientos restauradores generalmente surgen después de los procesos revolucionarios. Los impulsan los nostálgicos del anterior régimen, con el propósito de anular las conquistas de la revolución. Por eso se llaman también <contrarrevolucionarios.
La expresión táctico-política de la derecha que defiende el >establishment se da principalmente en los >partidos conservadores, consagrados a preservar la sociedad tradicional y a montar guardia sobre los privilegios de las minorías aventajadas; mientras que los intereses de la derecha reaccionaria se encarnan en los partidos grupos y tendencias fascistas.
Pongo en duda la existencia del “centro” como posición ideológica. Si partimos de las definiciones dadas sobre derecha e izquierda no queda espacio para el llamado “centro”, puesto que éste significaría una inmovilidad que nunca se da en la política. O se toma partido por los desposeídos y, en consecuencia, se empujan los cambios sociales, políticos y económicos que les beneficien, o se toma partido por los sectores aventajados, se sirven sus intereses y se promueven las modificaciones que les favorezcan en la organización social. No hay neutralidad ni equidistancia posibles entre estas dos posiciones. Puede haber diversos grados de compromiso con tales intereses y distintos métodos para servirlos, en cuyo caso se plasmarán posiciones diferentes dentro de la izquierda —izquierda extrema, centro izquierda, izquierda moderada, izquierda democrática— o dentro de la derecha —derecha extrema, derecha radical, centroderecha, derecha democrática— pero siempre fuera de lo que algunos suelen llamar impropiamente “centro”.
5. La nueva derecha. A lo largo del tiempo se han propuesto distintos criterios de diferenciación entre la derecha y la izquierda. Al principio fue el dogmatismo religioso, después vino la libertad civil y política, más tarde la igualdad. Hoy la dinámica social ha generado nuevos criterios diferenciadores. En el curso de la vida social no cesan de aparecer motivos de distinción entre derechas e izquierdas. Norberto Bobbio y, antes que él, Dino Cofrancesco introdujeron el concepto de la “emanicipación” para caracterizar a la derecha y a la izquierda. Esta fue una idea muy descriptiva porque, en efecto, la derecha entrañó siempre alguna forma de sometimiento mientras que la izquierda representó la emancipación. La derecha, a lo largo del tiempo, ha significado sucesiva o simultáneamente la sujeción al dogma, al autoritarismo, a la desigualdad, a la discriminación, al colonialismo, al imperialismo, a la dependencia externa. Y la izquierda se ha caracterizado por su lucha constante en favor de la liberación de esos yugos esclavizantes.
La derecha original tenía un profundo apego a las tradiciones religiosas, cuyos principios y dogmas fueron utilizados por ella como instrumentos de poder y de movilización de voluntades. Esa fue la derecha de Donoso Cortés y De Maistre en Europa, que tuvo ecos muy fuertes en América Latina. Pero la nueva derecha de nuestros tiempos ya no obedece tan rigurosamente a motivaciones religiosas. Incluso puede tener una visión laica de la vida social como reacción al progresismo de ciertos sectores del clero católico. Sus invocaciones son más bien políticas y económicas. Los tiempos cambian. La obsesión de la nouvelle droite o de la new left es el orden y la autoridad en lo político y la libertad en lo económico. Su gran temor es la ausencia de poder y la anarquía, en contraste con el temor de la izquierda que es el abuso de la autoridad o la concentración del ingreso en manos de una >oligarquía. La nueva derecha ha dejado atrás la cuestión dogmático-religiosa pero se empeña en defender sistemas políticos de privilegio, órdenes sociales discriminatorios e intereses económicos de cúpula.
Conforme avanza la ciencia y la tecnología —y se crean nuevos instrumentos que permiten al hombre manejar la naturaleza y desviarla de su curso— emergen motivos nuevos para distinguir las actitudes y posiciones del hombre frente a la vida social. Tal es el caso, por ejemplo, de los recientes desafíos de la ingeniería genética, de la bioética o del control de la fecundidad, frente a los cuales las personas pueden asumir posiciones reticentes y conservadoras o actitudes propiciatorias y progresistas.
La nueva derecha está camuflada en medio de una maraña de argumentaciones efectistas en torno a los cambios que propugna para disminuir la presencia del Estado en el quehacer económico de la sociedad, volver al régimen de inhibiciones estatales, “globalizar” la economía, abatir aranceles, abrir mercados, “desregular” las actividades económicas. Tacha de “conservadores” a quienes a ellos se oponen. Insinúa que los izquierdistas se han vuelto derechistas en la medida en que montan guardia a los viejos sistemas estatistas. Sin embargo, lo que importa averiguar, en este mundo de confusiones, es quiénes son los beneficiarios de esos cambios. Si ellos mejoran las condiciones de vida de la mayoría, son realmente cambios hacia adelante, en la dirección a la justicia social, impulsados por mentalidades progresistas. Pero si aventajan a grupos minoritarios, en la dirección de la concentración del ingreso, tales cambios implican un retroceso histórico. En consecuencia, solamente los primeros pueden acreditar una posición progresista —una nueva izquierda, en algunos casos— puesto que los demás responden a los inveterados intereses de los grupos de privilegio económico, custodiados por la nueva derecha, que enmascaran sus intenciones detrás de múltiples fórmulas seudoprogresistas.
6. La derechización de las cúpulas. Desde comienzos de los años 90 se ha producido un amplio proceso de derechización en el mundo. El trauma causado por la implosión de los regímenes marxistas, tenidos por muchos como la única expresión del socialismo real y de la izquierda, ha llevado hacia allá las cosas políticas. La derecha ha obtenido resonantes triunfos electorales en muchos lugares y se han aplicado programas conservadores por doquier. Todo el proceso de conservadorización de la política mundial, las privatizaciones, el culto a la desigualdad en los actos cotidianos, el odio indiscriminado a todo lo que significa socialismo, la entrega de los recursos naturales básicos al control particular, todo se ha hecho en nombre de la caída del muro de Berlín. Hay un terrible proceso de derechización de los mandos políticos, que estiman que después del derrumbe de la Unión Soviética ha quedado en pie un solo modelo de desarrollo económico —el que se funda en la economía de mercado— al cual consideran universalmente válido, inmodificable y eterno. Lo único que cabe hacer con él es calibrarlo y adecuarlo para su aplicación a los diversos países. Están convencidos, dentro de su visión fundamentalista de la vida política y económica, que ha llegado “el fin de la historia”, como lo proclamó Francis Fukuyama a comienzos de la década de los 90, y que en adelante no habrá ideología capaz de desafiar a la idea liberal victoriosa. Términos muy parecidos escuché al entonces presidente del Partido Popular de España, José María Aznar, ante la complacencia de varios dirigentes políticos latinoamericanos, en el curso de una discusión de mesa redonda celebrada en Guatemala en agosto de 1995. Lo cierto es que una onda expansiva de conservadorismo recorre el mundo y, a pretexto del fracaso de las fórmulas estatizantes del marxismo, quiere volver a las viejas recetas del laissez faire.