La palabra viene del latín capitolium, que fue en los antiguos tiempos romanos —509 años antes de nuestra era— la fortaleza de la ciudad, situada en la parte cimera del monte Capitolinus, en donde estaba el templo de las tres divinidades: Júpiter, Juno y Minerva, según la vieja tradición etrusca.
En sentido amplio, la palabra significa hoy edificio público grande y majestuoso ubicado en el sitio dominante de una ciudad, pero con ella se designa, por antonomasia, al palacio donde funciona el congreso nacional de un Estado, esto es, su Función Legislativa.
Este fue el sentido que dieron los norteamericanos a la palabra capitol con que designaron al palacio del Congreso Federal en Washington, levantado sobre la Capitol Hill, y a cada uno de los edificios donde funcionan los poderes legislativos locales en los estados de la Unión.
Después de que el Congreso mediante el acta de residencia de 1790 decidió establecer la capital federal y la sede permanente del gobierno en las riberas del río Potomac, el presidente George Washington colocó el 18 de septiembre de 1793 la primera piedra del edificio que iba a construirse de acuerdo con el proyecto arquitectónico del doctor William Thornton. En el otoño de 1800 se terminó el ala norte del edificio y el 22 de noviembre el presidente Adams leyó allí su mensaje ante la primera sesión conjunta del Congreso.
La usanza de designar con el nombre de capitolio a las sedes parlamentarias se extendió hacia los Estados latinoamericanos, que suelen también denominar de esa manera al edificio en donde funcionan sus congresos nacionales.
La palabra capitolio tiene, desde entonces, la connotación de “centro político” y de lugar desde donde se manejan los asuntos del Estado.