Los espacios poblados de árboles, selvas, forestas, plantas o manglares —los bosques— son, desde la perspectiva económica, uno de los recursos naturales más importantes de la producción —junto con las tierras, minas, aguas, aire, energía solar— y, desde el punto de vista ecológico, un elemento fundamental para la regulación climática del planeta, mantenimiento de la pureza del aire, defensa de la biodiversidad, absorción de dióxido de carbono (CO2), mantenimiento de los ecosistemas y del equilibrio ambiental, resguardo de los >hábitats para millones de especies, regulación hídrica, protección de los suelos y fuente de alimentación para los seres vivos.
En sentido estricto, de acuerdo con la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el bosque es “una tierra de una superficie mínima comprendida entre 0,05 de hectárea y una hectárea, que posee árboles cuyas copas cubren más de un 10% de la superficie y que, en su madurez, pueden alcanzar una altura mínima de dos metros”.
Los bosques absorben buena parte del dióxido de carbono (CO2) producido por el proceso industrial, el transporte y la quema de combustibles fósiles y, mediante su metabolismo, lo transforman en oxígeno, de modo que, cuando se cortan los árboles, no sólo desaparece este factor de absorción y transformación sino que además se oxida el carbono depositado en la foresta y en el suelo y, en forma de dióxido de carbono, sube hacia las capas superiores de la atmósfera para contribuir a la formación de la pantalla de gases de efecto invernadero que recalienta el planeta.
Estudios científicos señalan que los bosques y los suelos almacenan unos 200.000 millones de toneladas de carbono, que es aproximadamente el triple de la cantidad concentrada en la atmósfera por efecto de la combustión. Los bosques absorben anhídrido carbónico y, mediante su metabolismo, lo convierten en oxígeno. Pero la deforestación impide que se cumpla esta vital función ecológica y origina la oxidación de ese carbono y su liberación hacia la atmósfera en forma de dióxido de carbono. Se calcula que desde el año 1860 hasta nuestros días la tala de bosques en el mundo ha lanzado al aire entre 90.000 millones y 180.000 millones de toneladas de carbono.
En su ensayo “Los bosques en América Latina” (2011), afirma Doris Cordero, funcionaria e investigadora de la Oficina Regional para América del Sur de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, que “los bosques del mundo almacenan 289 giga toneladas de carbono sólo en su biomasa. De éstas, alrededor de 100 giga toneladas están almacenadas en los bosques de América del Sur”. Pero cuestiona que los bosques están sometidos a un proceso de destrucción puesto que “la producción maderera sigue siendo peligrosamente alta en algunos países de la región. Los bosques son gestionados principalmente mediante concesiones privadas a largo plazo, y abarcan desde extensiones pequeñas hasta grandes áreas de más/menos 200 mil hectáreas en países como Bolivia, Guyana y Surinam. En la mayoría de las concesiones, la extracción selectiva de las maderas más valiosas en el mercado es el principal objetivo que se persigue”.
Doris Cordero considera que, “además de la importancia de los bosques como medios de vida para las poblaciones rurales y su rol en la conservación de la biodiversidad y el mantenimiento de las reservas de carbono, los bosques proveen otros servicios imprescindibles para la vida humana y societal, como son la regulación hídrica, la conservación de suelos, la provisión de espacios para recreación y turismo, además de ser el continente de valores sociales, culturales y espirituales asociados”.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) la superficie forestal mundial —incluidos los bosques plantados— abarca alrededor de cuatro mil millones de hectáreas, que cubren el 31% de la superficie planetaria. América Latina y el Caribe tienen el 22% de los bosques del mundo, con un área de 860 millones de hectáreas, de las cuales 831,5 millones se encuentran en América del Sur, 22,4 millones en América Central y 5,9 millones en el Caribe.
Hace unos diez mil años el planeta tenía un abundante manto de bosques y florestas que cubría 6.200 millones de hectáreas. Esa extensión se ha reducido, por causa de la deforestación hecha por el hombre a lo largo de los siglos, a 4.000 millones de hectáreas. Las actuales cifras de tala de árboles son alarmantemente altas, especialmente en los países del mundo subdesarrollado.
Actualmente la deforestación es culpable de enviar a la atmósfera más del doble de dióxido de carbono (CO2) que el que lanza la combustión sumada de petróleo, gas natural y carbón para fines industriales. Esto significa que los países de África, Asia y América Latina, que son los principales deforestadores del planeta, tienen también responsabilidad en la formación de la capa de gases de efecto invernadero.
Afirma Doris Cordero que los bosques proporcionan, además de la madera, una serie de productos forestales no maderables. Para fines farmacológicos: aceites esenciales, mucígalos, alcaloides, sapininas y taninos. Para fines alimenticios: frutas, nueces, aceites y colorantes. Para propósitos industriales: látex, taninos, resinas y gomas. Para propósitos artesanales: bejucos, lianas, fibras y hojas. Y para destinos ornamentales: frutos, semillas, orquídeas, heliconias, aceites esenciales y árboles ornamentales.
Científicos e investigadores ambientalistas han levantado su voz de alarma por la depredación de la naturaleza causada por las actividades económicas del hombre y han planteado la necesidad de tomar medidas para impedir que continúe este proceso devastador. Cada año se destruyen 17 millones de hectáreas de bosques que son el hábitat para millones de especies animales y vegetales.
Los bosques están afectados también por los ríos ya que una alta proporción de éstos está infectada por los desechos tóxicos de la agricultura, de la industria y de los desagües urbanos que se echan a sus aguas. Cada día dos millones de toneladas de basura van a parar a sus cauces. 250 de los 500 ríos más importantes del mundo están seriamente contaminados. Sólo 5 de los 55 grandes ríos europeos se consideran limpios. En la India el fanatismo religioso sumerge a los difuntos en las aguas del Ganges —el “río sagrado”— y con ello contamina los espacios verdes y contagia a los vivos que se bañan en sus aguas el cólera, el tifus y numerosas enfermedades gastrointestinales.
Con el propósito de frenar la emisión de gases de efecto invernadero se ha creado el denominado mercado del carbono, que busca evitar o reducir la deforestación, emprender proyectos de forestación o reforestación y hacer un manejo forestal sostenible a cambio de incentivos económicos, pagos, bonos o créditos en dinero. Los precios del CO2, la fijación de metas específicas de reducción y las demás condiciones de estas transacciones se acuerdan entre los oferentes y los demandantes de la disminución de gases contaminantes. En el seno de este mercado, los emisores de gases contaminantes venden sus reducciones a gobiernos, compañías financieras, grandes corporaciones y entidades ambientalistas interesadas en bajar las emisiones de gases contaminantes. El derecho a no emitir se ha convertido en un bien valorado y canjeable.
Sin embargo, el tema es materia de una intensa discusión. Hay quienes consideran —GAIA, Grupo ETC, Jubilee South, Marea Creciente Mexico, Fronteras Comunes, Carbon Trade Watch, Otros Mundos Chiapas— que el sistema, en sus dos modalidades: cap and trade y compensación de emisiones, es un fracaso porque da vía libre a los grandes contaminadores y no es capaz de contribuir a liberar a las economías de los combustibles fósiles.