A comienzos del siglo XX se designaba con este nombre a los partidarios de V. I. Lenin en el seno del Partido Obrero Socialdemócrata ruso. Bolcheviques y mencheviques eran las dos fracciones en que éste se dividió a raíz de su II Congreso celebrado en Bruselas en julio-agosto de 1903. Los bolcheviques eran los miembros del grupo mayoritario en el Congreso. El término bolchevique (del ruso bolshevic) significa “mayoría” y menchevique (de menseviki) significa “minoría”. Los dos surgieron de un hecho coyuntural. Los bolcheviques empezaron a llamarse así porque consolidaron una mayoría para elegir las autoridades del Congreso, bajo el liderato de Lenin. A los otros, por contraste, se les adjudicó el nombre de mencheviques. Lenin fue el primero en llamarlos así con un sentido peyorativo, pero después se convirtió en una designación convencionalmente aceptada. Y con el triunfo de la revolución el término bolchevique pasó a formar parte del nombre oficial del partido comunista soviético.
La pugna entre las dos fracciones tuvo que ver con diferentes modos de concebir la organización y misiones del partido. En lugar del partido de cuadros dirigido por revolucionarios profesionales, que propugnaba Lenin, los mencheviques, liderados por Martov (seudónimo de J. O. Cederbaum), defendían el proyecto de un partido de masas abierto a todos quienes deseasen adherirse a su programa. No había duda de que el interés de Lenin era mantener su absoluto control sobre la estructura partidista y por eso la concebía como una “vanguardia” revolucionaria antes que como una organización democrática y abierta. Pero después vinieron también discrepancias de orden doctrinal, en una época en que eran todavía muy difusos los perfiles del proyecto revolucionario.
En esta querella los bolcheviques aparecían como los “duros” y los mencheviques como los “blandos”, aunque los líderes de unos y otros eran de extracción burguesa e intelectual antes que obrera. Los primeros se mostraban partidarios de la lucha armada para derrocar al zarismo. Los segundos, sin estar en desacuerdo fundamental con esta tesis —la historiografía no demuestra la afirmación de los historiadores comunistas de que los mencheviques se oponían a la lucha armada—, pensaban que, de acuerdo con la ortodoxia marxista, debían observarse las etapas del proceso revolucionario, según el cual la fase “burguesa” debía anteceder a la socialista, cosa que no se había dado en Rusia. Consecuentemente, mientras los bolcheviques sostenían que se debe “acelerar” el proceso y quemar etapas, los mencheviques eran partidarios de una mayor paciencia en el desarrollo de los acontecimientos, sin excluir el uso de la fuerza. Lo cual en cierto modo significaba apoyar a la >buguesía en su lucha contra el absolutismo zarista para después ganar la batalla del proletariado en pos de sus objetivos socialistas. En el congreso de Estocolmo, abril de 1906, una mayoría de delegados mencheviques votó en favor de la participación del partido en las elecciones para la Duma, bajo el convencimiento de que ella entraría inevitablemente en conflicto con el zar y agudizaría la lucha de la burguesía contra la autocracia para preparar el camino de la revolución proletaria.
Pero aparte de este punto de fricción —condimentado con rivalidades de orden personal e incompatibilidades temperamentales entre sus líderes— existían otros. Los mencheviques reclamaban para sí un mayor purismo ideológico y una mayor fidelidad a los principios de Marx. Reprochaban a los bolcheviques, además, sus inconsistencias de orden moral. Decían de éstos que eran poco escrupulosos y que practicaban el principio de que el fin justifica los medios.
El conflicto condujo al rompimiento definitivo entre las dos fracciones en el congreso de 1912 convocado por Lenin y celebrado en Praga —que los bolcheviques lo autodenominaron VI Asamblea del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso— del que fueron excluidos los “liquidadores” mencheviques. A la sazón se habían sumado ya muchos motivos de discrepancia. El factor detonante fue la divergencia respecto a las “expropiaciones” a mano armada que hacían los comandos bolcheviques contra bancos y empresas para financiar sus actividades revolucionarias. El partido quedó oficialmente dividido y se abrió un período de dura beligerancia entre las fracciones para captar a las organizaciones de trabajadores y de campesinos. En eso vino la Primera Guerra Mundial y tanto los “internacionalistas” bolcheviques como mencheviques condenaron con fuerza la participación de los partidos socialistas de los países beligerantes en esta “aventura imperialista” y, en consecuencia, postularon la negación de todo tipo de apoyo a la autocracia rusa en su confrontación con Alemania. Lenin proclamó la tesis del derrotismo revolucionario que consistía en que los socialistas de los diferentes países, en lugar de alistarse para “defender a la patria”, debían hacer todos los esfuerzos posibles para forjar la derrota bélica de su respectivo país, convertir el conflicto internacional en una >guerra civil y, en lo que a Rusia se refiere, propiciar el desastre militar para facilitar la toma del poder por los bolcheviques.
Con la caída del zar Nicolás II en febrero de 1917 —ocho meses antes de la toma del poder por los bolcheviques— los mencheviques exiliados retornaron a Petrogrado y asumieron puestos directivos en el soviet de los trabajadores y soldados, que contaba con 2.000 a 3.000 miembros, y algunos de ellos ingresaron al gabinete del precario gobierno provisional presidido primero por Georgij Evgenevic Lvov y luego por Aleksandr Fëdorovic Kerenski. Los bolcheviques, en cambio, descartando toda posibilidad de una fase burguesa en el proceso revolucionario, pugnaron violentamente por el derrocamiento del gobierno provisional y su reemplazo por una “república de los soviets de los diputados de los trabajadores, agricultores y campesinos”. Intento que finalmente tuvo éxito en la revolución de octubre, ante la incredulidad de los mencheviques de que pudiera implantarse el socialismo en un país tan atrasado como Rusia.
En los años siguientes los líderes mencheviques fueron perseguidos por la que ellos denominaban “dictadura terrorista de una minoría”, implantada bajo la intolerante conducción de Lenin. En otoño de 1920 Martov se vio obligado a emigrar a Berlín, donde fundó la revista Socialisticeskij Vestnik. Un año después la fracción de los mencheviques fue arrollada por una ola de detenciones, bajo la acusación de que era un grupo de oportunistas que había renegado de la lucha revolucionaria de clases y que había importado a Rusia el >revisionismo de Europa occidental. Y finalmente fue disuelta. En 1922 el gobierno permitió a diez de sus dirigentes, entre ellos a Lidija Dan y Boris I. Nikolaevskij, abandonar el país y ponerse a buen recaudo del terror bolchevique.
Ningún movimiento político fue combatido con tanta pasión por Lenin como el de los mencheviques. Nunca admitió que ellos sustentaban también ideas revolucionarias. Los calificó permanentemente de “oportunistas”, “renegados”, “contrarrevolucionarios”, “chovinistas”, “pequeño-burgueses” y “traidores” a la causa del proletariado. Los historiadores soviéticos, sometidos a la ortopedia leninista, se hicieron eco de estos reproches y escribieron, como lo hizo N. V. Ruban, que la actividad de los mencheviques “estuvo al servicio de la burguesía imperialista”.
Como en todos los procesos de esta clase, que terminan por enfrentar a los radicales contra los moderados, el conflicto entre los bolcheviques y los mencheviques surgió de la propia dinámica del proceso revolucionario ruso.