Se denomina así al conjunto de principios doctrinales y programáticos sustentados por el Partido Aprista Peruano, de larga gravitación en la vida pública de Perú.
El aprismo está conformado, esencialmente, por las ideas de Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979), líder y pensador político peruano de extraordinario valor, cuya vastísima producción intelectual alcanzó gran resonancia en América Latina.
Haya fue un hombre de acción y de pensamiento. Fundó la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) el 7 de mayo de 1924 en México, durante el primero de sus numerosos destierros políticos, con la intención de organizar en Indoamérica lo que él denominó el “frente único internacional de trabajadores manuales e intelectuales” en torno a “un programa común de acción política”, cuyos cinco puntos principales —que constan en la propuesta ideológica originaria denominada “Qué es el APRA?”, escrita por Haya en 1926— fueron los siguientes:
1. Acción contra el imperialismo.
2. Unidad política de América Latina.
3. Nacionalización de tierras e industrias.
4. Internacionalización del Canal de Panamá.
5. Solidaridad con todos los pueblos y clases oprimidas del mundo.
El aprismo obedeció al proceso de radicalización de las capas medias latinoamericanas en los años veinte y fue un intento, bastante bien logrado, de formar una ideología política vernácula, ajustada al “espacio-tiempo histórico indoamericano”, que decía Haya. Su intención fue la de “deseuropeizar” el pensamiento político latinoamericano, entonces tan dependiente como hoy del doctrinarismo europeo, y de formar una ideología y un partido que no fueran imitación de modelos extranjeros ni expresiones de un nuevo colonialismo. Todas las ideologías que a la sazón operaban en América Latina vinieron de Europa y tenían un fuerte contenido europeo. Europeos fueron el >liberalismo, el <anarquismo, el >fascismo, el >marxismo, la >democracia cristiana, la >socialdemocracia y otras >ideologías. Y todas ellas generaron, en su momento, réplicas en América Latina. El esfuerzo de Haya fue el de crear, en el marco de la realidad indo-hispánica, una ideología política que se acomodara mejor a nuestras circunstancias espacio-temporales, con la intención de que esa ideología y sus instrumentos de aplicación, los partidos democrático-revolucionarios, tuvieran una articulación internacional en esta parte del continente para impulsar la lucha antiimperialista y antioligárquica y posibilitar el desarrollo. De hecho, en los años veinte se formaron células y organizaciones “apristas” en varios países latinoamericanos. Pero el proyecto de constituir un “partido revolucionario antiimperialista latinoamericano”, tal como lo quiso Haya, no avanzó y el aprismo quedó circunscrito al Perú.
Con su obsesión de alcanzar “la emancipación mental indoamericana de los moldes y dictados europeos”, Haya de la Torre quiso que el aprismo fuera, como doctrina política, una línea de interpretación histórica del proceso indoamericano, capaz de descubrir las leyes de su desenvolvimiento social, que comienza en la primitiva Antigüedad y culmina en la era del proletariado.
Según su propia declaración y no obstantes las distancias que interpuso con el marxismo, afirma que “el aprismo arranca filosóficamente del determinismo histórico de Marx y de la dialéctica hegeliana adoptada por él para su concepción del mundo”. Reconoce el principio universal del movimiento dialéctico —del permanente cambio y devenir de todas las cosas— pero lo complementa con su teoría del espacio-tiempo histórico “integrado por el escenario geográfico (campo objetivo) y por el tiempo subjetivo (Ich-Zeit)”. Llega así a la noción del “espacio-tiempo histórico indoamericano”, muy distinto del espacio-tiempo histórico europeo, norteamericano, asiático o africano. Para Haya, la dimensión del “tiempo histórico”, diferente de la del “tiempo cronológico”, no puede medirse con los relojes ni los calendarios. Cada comunidad humana tiene una diferente percepción del tiempo. Esta es una noción muy relativa, sostiene Haya. Existe un tiempo histórico chino y otro africano, norteamericano o europeo. Esto hace “que lo que es último en Europa puede ser primero en Indoamérica. Por ejemplo: mientras el imperialismo es en Europa la última o suprema etapa del capitalismo, en Indoamérica es la primera”. Y, además, cada época tiene su propia perspectiva acerca del tiempo. Si comparamos la idea del tiempo de los antepasados indoamericanos con la de nuestros días percibiremos un diferente grado de velocidad, de movimiento y de ritmo en los hechos sociales. Los pueblos mongólicos, egipcios, mexicanos o incaicos —dice Haya— en diferentes latitudes y climas, tuvieron distintas ideas del tiempo, que se expresaron en su lentitud productiva, en su religión, en sus cultos funerarios, en su pasividad. Lo mismo ocurrió en Europa. Y no es cuestión de calendario. En la Edad Media europea la percepción del tiempo se hizo muy lenta y dilatada, hasta que los descubrimientos marítimos y el Renacimiento le dieron un ritmo más acelerado. A lo largo de la historia han cambiado los modos de pensar, de sentir, de valorar, de medir, de usar y de intuir el tiempo, pero éste ha estado inseparablemente vinculado al escenario geográfico —al espacio— y ha sido con él la coordenada más importante en que se han desenvuelto las acciones humanas.
En sus lucubraciones de filosofía de la historia, Haya explicaba que cada espacio-tiempo histórico “forma un sistema de coordenadas culturales, un escenario geográfico y un acaecer histórico que determinan la relación de pensamiento y devenir inseparable de la concepción espacial y de la medición cronológica. Cada espacio-tiempo histórico es expresión de un grado de conciencia colectiva capaz de observar, comprender y distinguir como dimensión histórica su propio campo de desenvolvimiento social. Y si un pueblo sólo llega a la adultez cutural cuando alcanza la conciencia de su peculiar proceso de desarrollo económico y social, ella sólo es completa cuando descubre, con el acaecer de la historia, la categoría intransferible e indesligable de su propio espacio-tiempo”.
No obstante su radicalismo inicial y su postura antiimperialista, Haya de la Torre entró muy pronto en conflicto con los líderes comunistas internacionales y peruanos por razones que él mismo explicó: “para el comunismo no puede existir otro partido de izquierda que no sea de ortodoxia stalinista” y “toda organización política que no comanda Moscú debe ser execrada y combatida”.
En realidad, Haya tuvo muchos puntos de discrepancia ideológica y táctica con el marxismo. De un lado, reclamó para las fuerzas revolucionarias de América Latina la independencia necesaria de todo centro de poder internacional para actuar de acuerdo con sus circunstancias. Haya dijo que “el Apra apareció como un movimiento autónomo latinoamericano, sin ninguna intervención e influencia extranjera”. Imputó siempre a los dirigentes moscovitas su “palmaria carencia de información científica” acerca de la realidad de América Latina y resistió su pretensión de dar “recetas mágicas” para la solución de sus problemas. De otro lado, tuvo disensiones de orden conceptual muy profundas con las tesis marxistas, como la relacionada con el >imperialismo, que para el líder aprista no fue en los países industrialmente incipientes de Indoamérica “la última etapa del capitalismo”, según la definición leninista, sino la primera, porque recién con el capital inmigrado se insinuó en nuestros pueblos agrícola-mineros la era capitalista.
“En Indoamérica —escribió Haya— lo que es en Europa la última etapa del capitalismo resulta la primera. Para nuestros pueblos, el capital inmigrado o importado plantea la etapa inicial de su edad capitalista moderna”.
Penetrando en las honduras de la filosofía, sostenía Haya que, en muchos aspectos, el aprismo es la “superación dialéctica” del marxismo e invocaba, como prueba, el hecho de que “las nociones de la materia, la energía, el movimiento, el espacio y el tiempo, que sirvieron de solera científica a la filosofía de Marx, en el siglo XIX, están todas en revisión”, y agregaba que la propia materia “ha dejado de ser lo que fue para la ciencia decimonónica, y hoy hasta se duda de su existencia específica”, para concluir que “las nociones newtonianas y kantianas del espacio y el tiempo, que Marx hace suyas, han sido recusadas por la teoría cuatridimensional que fundamenta el relativismo”, de modo que “toda esa ciencia admirable del siglo XIX ha sido superada por otra ciencia que abre revolucionariamente en la historia humana una nueva Edad”.
El aprismo fue el precursor de la integración latinoamericana. Desde sus orígenes en 1924 planteó la unidad de nuestros pueblos como el camino hacia la viabilidad, en la unión, de las posibilidades de desarrollo de los países pequeños, aislados y, por tanto, débiles de la región.
Se adelantó a hablar de la “nacionalidad latinoamericana”, de la “unión aduanera interamericana”, del “mercado común”, de la “moneda única”, del “banco continental latinoamericano de inversiones”, del “parlamento latinoamericano”, de la “corte de justicia latinoamericana”.
Haya sufrió la influencia de dos acontecimientos latinoamericanos de su tiempo: la >revolución mexicana y la >reforma universitaria de Córdoba, que le impactaron fuertemente. Y, en el ámbito de la integración, hubo una cierta influencia del pensamiento de Juan Pablo Viscardo (1748-1798), Francisco de Miranda (1750-1816), Simón Bolívar (1783-1840) y José Martí (1853-1895), quienes habían formulado tempranos pronunciamientos en torno a la unidad latinoamericana para fortalecer la posición geopolítica y geoeconómica de la región en el entorno internacional de su tiempo.
El jesuita arequipeño Juan Pablo Viscardo, uno de los precursores de la independencia de Perú, fue expulsado de su tierra junto con miles de jesuitas en 1767. Desde el “exilio religioso” en Francia escribió su “Carta a los Españoles Americanos” en la que abogaba por la independencia y unificación de las colonias hispanoamericanas. El caraqueño Francisco de Miranda, uno de los más lúcidos líderes de la emancipación americana, fue también un convencido luchador por la unión de las excolonias españolas. Cuenta Alfonso Rumazo González, en su biografía de Francisco de Miranda (2006), que en este orden de ideas “la brillante originalidad de Miranda entonces fue la creación de una logia masónica a la que dio el nombre de La Gran Reunión Americana”. El Libertador Simón Bolívar, en su Carta de Jamaica del 6 de septiembre de 1815, expresó: “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria”. Y añadió: “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería por consiguiente tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse; mas no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes dividen a la América. ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos!” El pensador, escritor y máximo héroe de la independencia de Cuba, José Martí, no quiso una América mutilada y abogó por la unión de los jóvenes Estados de “nuestra América”.
Sin duda, todos estos pensamientos unionistas tuvieron influencia en Haya de la Torre.
En el Congreso Internacional contra el Imperialismo y la Opresión Colonial, reunido en Bruselas del 10 al 15 de febrero de 1927 por convocación del Partido de los Trabajadores belga —en el que participaron Madame Sun Yat Sen, George Lansbury, Máximo Gorki, Ho Chi-minh, Henri Barbusse, Alfons Goldschmidt, Manuel Ugarte, Julio Antonio Mella, Carlos Quijano, Vittorio Codovilla, Carlos Deambrosis Martins, Eudocio Ravines, Roger Baldwin y otros líderes y pensadores de la izquierda radical—, Haya de la Torre planteó una acción práctica contra el imperialismo basada en la unión política y económica de los países del Caribe, los Estados bolivarianos, el cono sur y Brasil, o sea la formación de una suerte de anfictionía o federación indoamericana.
Si bien al comienzo el líder peruano propugnó la vía revolucionaria para la toma del poder, después, sin abandonarla cuando no haya otra solución alternativa, se inclinó preferentemente por la vía reformista, apoyada por la organización de masas.
Y, en efecto, su partido fue la primera oganización política de masas en Latinoamérica. Perseguido por las frecuentes dictaduras militares, encarcelados y proscritos sus dirigentes, el Partido Aprista logró mantener incólume su unidad y su fuerza por más de seis décadas, aún después de muerto su líder. El secreto de esta longevidad estuvo en su apretada y disciplinada organización popular. El partido fue el resultado de lo que los apristas llamaban una “alianza de clases”, esto es, la unificación bajo los mismos propósitos políticos de las capas medias, los intelectuales, los obreros, los campesinos y todos aquellos que se ven amenazados por el imperialismo y por sus aliados en el interior: los miembros de la oligarquía. Haya hablaba de que en esta lucha deben estar juntos “el pequeño capitalista, el pequeño industrial, el pequeño propietario rural y urbano, el pequeño minero, el pequeño comerciante, el intelectual, el empleado, quienes forman la clase media y cuyos intereses ataca el imperialismo”. Postulaba que todos los que sufren opresión y explotación deben unirse para vencer al enemigo común.
El primer planteamiento programático del APRA data de agosto de 1931, cuando el congreso del Partido Aprista Peruano, reunido en Lima, aprobó su “plan de acción inmediata o programa mínimo”. Desde aquel tiempo las metas programáticas del aprismo fueron modificándose, perfeccionándose y completándose de acuerdo con las variables circunstancias políticas, económicas y sociales de Perú. Se limaron sus aristas antiimperialistas. En sus comienzos las proclamas del aprismo se dirigieron contra el “imperialismo yanqui” pero después amplió su condena hacia “todos los imperialismos”, incluido el régimen soviético que, según las propias palabras de Haya de la Torre, “cae ahora bajo la misma definición del imperialismo que Lenin elaboró para el de las grandes potencias capitalistas occidentales de hace cinco décadas”.
Con esto el aprismo trató de abrir un tercer camino ideológico, tan alejado del capitalismo como del marxismo.