Se denomina con esta palabra a la política de discriminación racial que la minoría blanca impuso en la República de Sudáfrica contra la mayoría negra a partir de 1948 en que el Nationalist Party —de los nacionalistas boers— tomó el poder.
Apartheid significa en lengua afrikaans “separación social” o “segregación social”. Según Henry Stern, profesor de linguística de la University of North Carolina (UNCA) en Asheville, Estados Unidos, la palabra viene del holandés “apart”, que significa aparte o separado, y del sufijo “heid” de las lenguas germánicas, que se usa para formar sustantivos de los adjetivos.
Como todas las concepciones racistas, ella se fundamenta en la supuesta superioridad de una raza humana sobre otras. Los blancos en Sudáfrica reivindicaron esa superioridad y, en nombre de ella, defendieron su derecho a gobernar el país.
El apartheid, a pesar de que en teoría significa que las personas de distinta raza tienen iguales oportunidades pero por separado, en la práctica sometió a la mayoría de color —a los nativos o bantúes— a humillantes discriminaciones en la vida social, política y económica de la comunidad sudafricana. Los negros no tuvieron derecho a participar en la conducción del Estado, a pesar de que representaban cerca del 83% de la población. Fue punible el matrimonio entre blancos y negros, éstos no pudieron asistir a planteles educacionales de los blancos, debieron ocupar medios de transporte diferentes, les estuvo prohibido vivir en los barrios blancos y sufrieron toda suerte de segregaciones. En 1953 se incriminó como delito que una persona de color participara en una huelga.
Los resultados del sistema fueron desoladores para la comunidad de color. El 5% más rico de la población —que era principalmente blanco— poseía el 88% de toda la propiedad privada, la mitad de la población negra vivía bajo el dintel de la >pobreza, la tercera parte de la población negra de más de 15 años de edad era analfabeta, las tres cuartas partes de los profesores negros no estaban calificadas para ejercer la docencia, el 40% de los niños en el campo y el 15% en la ciudad sufrían raquitismo.
Las leyes consideraban delictiva la relación sexual entre miembros de las dos razas.
Si bien existieron pobladores y asentamientos organizados en la región desde los tiempos del Austrolopithecus Africanus —más de un millón de años antes de nuestra era—, la historia escrita de Sudáfrica empieza con el arribo de los europeos en el siglo XVII. Los primeros en llegar fueron los colonizadores portugueses, quienes se asentaron en lo que es hoy la Ciudad del Cabo, cuyos originarios habitantes —los Khoikhoi y los San— fueron sometidos, esclavizados y, en gran medida, aniquilados por los colonos blancos.
En el año 1652 los holandeses —denominados boers— despojaron a los portugueses de las tierras coloniales y se establecieron allí para cultivar el campo y exportar sus productos a Europa. Doscientos años más tarde los boers entraron en encarnizadas contiendas bélicas con los inmigrantes ingleses, quienes llegaron a la región acicateados por sus riquezas mineras —especialmente oro y diamantes— y por las posibilidades agrícolas y pecuarias. Los choques fueron muy duros. Los colonos ingleses, a pesar de que compartían la concepción de la superioridad de la raza blanca, no concordaban con la segregación racial ni con la esclavitud, que para los holandeses eran un mandato divino.
La primera guerra estalló en 1880 y terminó con el triunfo de los boers, quienes fundaron la República de Sudáfrica en 1881. En 1910 las cuatro regiones del sur de África fueron integradas para formar la Unión Sudafricana, gobernada por la minoría de colonos blancos europeos y sus descendientes, que impusieron sus primeras reglas racistas y se dedicaron a las tareas agrícolas, a la cría de ganado, a la explotación minera y a las faenas comerciales de exportación, para todo lo cual explotaron la mano de obra de los esclavos negros locales y de los traídos de Madagascar e Indonesia.
La vieja práctica del apartheid se legalizó en la República de Sudáfrica, regida por los boers, a partir de 1948 con la expedición de leyes, decretos y otras normas jurídicas que marcaron las diferencias políticas, jurídicas, sociales y económicas de la población en función del color de la piel.
Cuando los negros tomaron el poder en 1994, Nelson Mandela (1918-2013) se opuso a que, en vengativa reciprocidad, establecieran un nuevo apartheid: el apartheid contra los blancos, que se proponían implantar los líderes negros más radicales al comienzo de su gobierno. Mandela hizo honor a las palabras que pronunció en el proceso de Rivonia en 1964 —en el que diez líderes del Congreso Nacional Africano fueron acusados, juzgados y condenados por actos de sabotaje contra el gobierno blanco—, cuando en su alegato de defensa dijo: “He combatido la dominación blanca y la dominación negra. He acariciado la idea de una sociedad democrática y libre en la que puedan vivir juntos todos los seres humanos en armonía e igualdad de oportunidades, y espero vivir lo bastante para cumplir y ver realizado este sueño; pero si es necesario estoy dispuesto también a morir por él”.
Las Naciones Unidas se preocuparon del problema del apartheid desde 1952. En ese año la Asamblea General declaró que constituía una amenaza contra la paz y un desconocimiento de los derechos fundamentales del hombre. Desde entonces, año tras año, la Organización Mundial condenó esta práctica discriminatoria y muchas voces democráticas del mundo abogaron por que la República de Sudáfrica suprimiera su sistema de segregación étnica e implantara una política que sufriera de daltonismo, es decir que no pudiera distinguir los colores de la piel.
En los años 90 se avanzó mucho en este camino. El líder blanco Frederik de Klerk asumió la presidencia de la República Sudafricana en 1989. Legalizó la organización negra denominada “Congreso Nacional Africano” (CNA) y decretó la libertad de su líder Nelson Mandela, después de 27 años de prisión. Abrió conversaciones con los grupos negros y, como fruto de dos años de negociaciones entre el gobierno blanco y los líderes de color, se elaboró un proyecto de Constitución que fue aprobado por abrumadora mayoría el 22 de noviembre de 1993 por el parlamento tricameral sudafricano, si bien con la oposición de la llamada Alianza Libertad que agrupó a los segregacionistas blancos de extrema derecha —los afrikaners, que eran los descendientes de los primeros colonos blancos— y a los conservadores negros zulúes y tswanas, miembros de las dos más grandes tribus negras del país, que se agruparon principalmente en el Inkatha Freedom Party.
Por sus esfuerzos para suprimir el apartheid, los dos tradicionales enemigos, Nelson Mandela y Frederik de Klerk, recibieron el premio Nobel de la Paz en 1993.
Bajo una Constitución provisional se realizaron las primeras elecciones multirraciales del 26 al 28 de abril de 1994, que fueron ganadas por el Congreso Nacional Africano (CNA), el partido de Mandela, por el 62,6% de los votos depositados por casi 20 millones de electores.
En ellas se eligió por votación universal y directa a los miembros de la Asamblea Nacional compuesta de dos cámaras: la de diputados con 400 legisladores y la de senadores con 90 miembros, a razón de diez por cada una de las nueve provincias en que se divide el país, y ella designó por votación indirecta a Nelson Mandela, como Presidente de la República, y a Thabo Mbeki del CNA y Frederik de Klerk del Partido Nacional, como vicepresidentes, para el período de cinco años, a partir del 10 de mayo de 1994.
Sin embargo, el proceso no fue fácil. Los grupos fanáticos se negaron a participar en la transición democrática y en las elecciones. Ejecutaron toda clase de acciones violentas para boicotearlas. A partir del momento en que el presidente de Klerk empezó a desmontar el apartheid y hasta la fecha de las primeras elecciones multirraciales, esto es, desde 1990 a 1994, se calcula que la violencia racial dejó más de 13.000 muertos, a causa de las acciones terroristas de los extremistas blancos y negros que se opusieron a la realización de ellas.
La prensa mundial dijo que terminaron 300 años de dominación blanca y 46 de apartheid.
Sin embargo, la supresión de las leyes segregacionistas y la instalación de un gobierno negro, elegido por el voto popular, no significaron que el apartheid hubiera muerto en el espíritu de alguna gente. Su desaparición fue un largo proceso. Se suprimió el sistema jurídico que lo protegía pero no su práctica, hondamente enraizada en las tradiciones y en los prejuicios raciales de la minoría blanca. Se abolió “oficialmente” el sistema de segregación pero para muchos blancos, educados en el viejo régimen, los negros sudafricanos seguían siendo una comunidad aparte y lo serán por algún tiempo más.
Después de arduas negociaciones una asamblea constituyente aprobó la nueva Constitución sudafricana —en la cual se abolió formalmente el apartheid y se diseñó una sociedad fundada sobre principios de igualdad, justicia y democracia—, que fue promulgada por el presidente Mandela el 10 de diciembre de 1996.
Hay que reconocer que Frederik de Clerk desempeñó un papel de enorme importancia en este proceso de transición. No sólo que tuvo la visión histórica necesaria para desmantelar la segregación racial y para instrumentar un proceso inobjetablemente democrático con ese propósito, sino que después del triunfo de Mandela aceptó el compromiso de integrar el nuevo gobierno de unidad nacional como segundo vicepresidente, a fin de asegurar que el proceso no sufriera retrocesos.
Y por su lado Nelson Mandela, el viejo luchador por los derechos de los negros, asumió el mayor desafío de su vida. Fue por 27 años el prisionero político más famoso del mundo y se convirtió en el Presidente de su país. Como siempre ocurre en estos casos, las masas esperaron milagros pero el mejoramiento de las condiciones de vida de la mayoría negra, sumergida en la pobreza y la marginación por siglos, no pudo ser cosa fácil ni inmediata.
En diciembre de 1997 comenzó el proceso de “cambio de guardia” para preparar la retirada de Mandela, cuando el Congreso Nacional Africano (CNA) —que es el nombre del partido político liderado por él— eligió a Thabo Mbeki como su presidente en sustitución del denodado luchador.
Mbeki, después de triunfar abrumadoramente en las elecciones generales del 2 de junio de 1999, se convirtió en el segundo presidente negro de Sudáfrica. Asumió su cargo el 16 de junio de 1999 en Pretoria. Ante 4.500 invitados, delegaciones de 130 países y 30 jefes de Estado y de gobierno juró en sotho, xhosa, inglés y afrikáans —cuatro de las once lenguas oficiales— cumplir y hacer cumplir la Constitución sudafricana. Dijo en su discurso de asunción del poder: “Nuestras noches seguirán plagadas de pesadillas mientras millones de personas continúen humilladas y nuestra sociedad siga fracturada por la pobreza y la raza”.
En esas elecciones triunfó aplastantemente el partido African National Congress con el 66,36% de los votos, seguido del Democratic Party (9,61%), del Inkatha Freedom Party (8,48%) y del New National Party (6,93%). En el acto electoral intervinieron numerosos partidos y grupos políticos aunque obtuvieron votaciones muy bajas: el United Democratic Movement (3,40%), el African Christian Democratic Party (1,43%), el Freedom Front (0,80%), el United Christian Democrats (0,79%), el Afrikaner Eenheids Beweging (0,29%), el Pan Africanist Congress (0,71%), la Federal Alliance (0,54%), el Minority Front (0,30%), el Azanian Peoples Organisation (0,17%), The Green Party (0,07%), el Abolition of Income Tax Party (0,07%) y The Socialist Party (0,06%).
África del Sur tiene una gran mezcla de culturas y lenguas, que ha producido problemas sociales y políticos muy complejos. El fraccionamiento político, si bien con el partido hegemónico de Mandela, es una consecuencia de la heterogeneidad cultural y social del país. El African National Congress fue fundado hace más de 80 años y está integrado por hombres y mujeres de la raza negra, aun cuando existen algunos intelectuales blancos que se afiliaron a él desde que fue levantada la prohibición en 1992. El Democratic Party es una derivación del antiguo Partido Liberal que, aunque con una mínima representación parlamentaria, sostuvo una importante lucha contra el apartheid dentro del anterior parlamento blanco. El New National Party se formó del anterior Nationalist Party, que ejerció el poder por cuarenta años y fue el principal promotor del sistema de discriminación racial. No tiene partidarios negros aunque sí unos pocos mulatos e hindúes que han olvidado la segregación de que fueron víctimas. Con mínimo respaldo popular, el Pan Afrikan Congress, desprendido del partido de Mandela, tiene una orientación ideológica de izquierda radical. El Freedom Front y el Afrikaner Eenheids Beweging son pequeños partidos de extrema derecha, que alientan el proyecto de un Estado afrikaner exclusivo para blancos dentro del territorio de Sudáfrica.
A pesar de la abolición del apartheid y de la asunción del gobierno de la mayoría negra —que constituye alrededor del 85% de la población— millones de sudafricanos negros viven aún en la miseria, el desempleo y la marginación dentro de un país desorganizado, ineficiente, caótico, violento y con muy altos índices de corrupción.