Este término fue acuñado por el sociólogo francés Emile Durkheim (1858-1917) para señalar una suerte de “enfermedad” de la sociedad cuyo síntoma principal es el relajamiento del respeto a las normas morales y jurídicas.
A partir de las lucubraciones de Durkheim, anomia significa la ausencia de leyes en una comunidad o la falta de respeto a las existentes. Lo cual produce un estado de descomposición social muy peligroso porque se desvanecen los parámetros más elementales del comportamiento social y las personas terminan por no distinguir lo lícito de lo ilícito, lo permitido de lo prohibido, lo bueno de lo malo.
Esto puede ocurrir por varias razones. Una de ellas es la >corrupción de los mandos políticos que causa el deterioro de los valores ético-sociales en que se sustenta la vida de la sociedad. Y como este es un mal contagioso, los ciudadanos encuentran cada vez menos razones para conducirse éticamente si sus gobernantes y las personas de visibilidad pública no lo hacen. Poco a poco la corrupción se convierte en un problema de idiosincrasia, o sea de manera de ser de una colectividad. Crea sus propios códigos, sus usos y jerarquías, sus honores y distinciones sociales. La honestidad es vista casi como una extravagancia.
Otra razón es la falta de >legitimidad de leyes dictadas para favorecer intereses creados y la obsecuencia de los gobiernos para servirlos. Esto conduce a que las normas no sean acatadas, los derechos naufraguen, el gobierno languidezca y el orden social se extinga progresivamente.
Otra causa determinante es el desprestigio de las instituciones políticas y su falta de credibilidad y respetabilidad.
En fin, hay varias razones para la anomia en que puede caer una sociedad. La disciplina social se relaja. Cada quien hace lo que quiere. El ciudadano no se siente obligado a respetar ni el semáforo de la esquina ni los preceptos de la Constitución. Es la confusión total, la <anarquía y la desintegración de la vida social por la ausencia de sistemas normativos o falta de respeto a los que existen.