Las manifestaciones de rechazo que recibió el vicepresidente de Estados Unidos, Richard Nixon, durante su gira por varios países latinoamericanos en 1958, movieron al nuevo gobierno del presidente John F. Kennedy a proponer su programa denominado “alianza para el progreso” a los países de la región. El antecedente inmediato de esta propuesta fue el esquema de cooperación regional para el desarrollo económico y social formulado por el presidente de Brasil Juscelino Kubitschek, bajo el nombre de “Operación Panamericana”, y entregado al Secretario de Estado norteamericano John Foster Dulles en agosto de 1958 a raíz de las inamistosas manifestaciones recibidas por Nixon en los países visitados.
Poco tiempo después, el Subsecretario del Tesoro del nuevo gobierno de Estados Unidos, Douglas Dillon, anunció la iniciación de los trabajos para constituir un sistema financiero regional —que más tarde se plasmó en la creación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID)— a fin de promover el progreso económico y social de los países de la región.
El triunfo de la revolución cubana, en los primeros días de 1959, fue un factor que sin duda coadyuvó a que los Estados Unidos pusieran mayor atención en los asuntos latinoamericanos. El comandante Fidel Castro asistió en Buenos Aires a la segunda reunión plenaria del comité de los 21, creado poco tiempo antes. En medio de la expectación general expresó que la inestabilidad política de América Latina no se debía a la amenaza soviética sino al subdesarrollo. Por lo que pidió a los Estados Unidos la asignación de 30.000 millones de dólares para promover el desarrollo de los países latinoamericanos y del Caribe. Cantidad que no difirió mucho de la que después fijó el gobierno norteamericano en la “alianza para el progreso”.
El presidente Kennedy comprendió bastante bien la situación de los países latinoamericanos y demostró interés por la suerte de ellos. Impresionado sin duda por las incomprensiones de su antecesor, el presidente Eisenhower, sobre el tema cubano, formó inmediatamente después de su elección grupos de trabajo para preparar las políticas relacionadas con América Latina. Esto culminó en su propuesta formulada el 13 de marzo de 1961 ante la Sociedad Interamericana de Prensa en orden a formar una “alianza para el progreso” económico y social de los países latinoamericanos.
La propuesta de Kennedy incluía la asignación de 20.000 millones de dólares para este propósito durante el período de diez años. Sus finalidades principales fueron el apoyo a la industrialización y a la diversificación de las exportaciones de la región, la modernización del sector agrícola, el impulso a la reforma agraria, el incremento de la infraestructura física, la promoción del desarrollo social, la tecnificación de las universidades, el desarrollo científico y tecnológico, el impulso a la integración económica regional y subregional, la estabilización de los precios de las exportaciones latinoamericanas y otras medidas encaminadas a impulsar el progreso regional.
La “alianza para el progreso” fue dotada, después de dos años de experimentación, de un mecanismo multilateral de conducción —el comité interamericano (CIAP) formado por representantes de todos los países involucrados— que operó dentro del marco de la Organización de los Estados Americanos (OEA), a cuyo cargo estuvo la evaluación de los programas de desarrollo y la asignación de los recursos de financiamiento externo que ellos necesitaban.
Con su corrosiva ironía, Fidel Castro dijo que esa alianza “para el progreso”, en el sentido de que lo “detiene”. Pero fue sin duda un proyecto interesante para los países latinoamericanos no solamente por la posibilidad de obtener recursos externos para financiar algunos de sus programas de desarrollo, sino también porque significó el traslado del centro de gravedad político del campo militar al económico en las relaciones interamericanas.
Sin embargo, hacia fines de los años 60 la iniciativa de Kennedy empezó a perder dinamismo, ya porque los recursos asignados resultaron exiguos para las crecientes necesidades de los países latinoamericanos, ya porque la propia percepción de la armonía de los intereses económicos del norte y del sur se esfumó progresivamente bajo el peso de las realidades. En esas circunstancias vino en 1969 el gobierno de Nixon, que trajo otras prioridades en el campo de la política internacional, y entonces se apagó finalmente la efímera luz de la “alianza para el progreso”.