Este es un término que, a pesar de sernos tan familiar, ofrece dificultades de definición. El ahorro es el ingreso no consumido. Y se ha dicho de él que es la creación de reservas para el futuro, la abstinencia de consumo, el consumo diferido, la diferencia entre renta y consumo, la acumulación para la inversión.
Lo que sí está claro es que la operación de ahorrar representa un empleo útil del dinero, valores o créditos. En consecuencia, hay una gran distancia entre ahorro y atesoramiento. El ahorro está orientado hacia la inversión, sea que la haga directamente el ahorrador, sea que su dinero sirva para satisfacer las necesidades de financiación de otra persona. El atesoramiento, en cambio, es una operación estéril, porque significa guardar el dinero sin beneficio para alguien. Es hacer del dinero un tesoro, con todas las connotaciones de ocultación e inutilidad que este concepto supone. El atesoramiento significa, por tanto, una sustracción de valores a los circuitos económicos y monetarios.
Cabe conceptuar el ahorro tanto desde el punto de vista microeconómico como del macroeconómico.
Desde el primer punto de vista, el ahorro es el excedente de la renta que queda a las personas durante un período determinado, después de haber pagado impuestos y hecho sus gastos; o que resta a las corporaciones que no han distribuido beneficios a sus socios o lo han hecho parcialmente. Este es el ahorro privado. En el caso de las personas, el ahorro es la diferencia entre la renta y el consumo; en el de las empresas, es la parte de la renta neta que no distribuyen a sus socios y accionistas. Y, por consiguiente, es la primera fuente de recursos para la inversión y la reinversión. El economista italiano Luigi Einaudi (1874-1961) escribió: “Es necesario, para que una inversión se haga, que haya habido antes alguien que haya ahorrado, es decir, que haya preferido renunciar al consumo presente en favor del consumo futuro, y con ello haya permitido a sí mismo y a otros consagrar tiempo y costos a la fabricación de bienes instrumentales en lugar de bienes de consumo”.
Comentaba el economista británico John Maynard Keynes (1883-1946) que “el ahorro individual significa que alguien produce más de lo que consume. El exceso podría, y debería, ser usado para aumentar el capital disponible. Pero desdichadamente no es ese el único empleo posible”.
La política económica del Estado tiende generalmente a fomentar el ahorro privado, ya a través de estímulos que propendan al ahorro individual voluntario, ya mediante planes de ahorro forzoso, como medio de juntar capitales para financiar proyectos privados y públicos de desenvolvimiento productivo.
El ahorro público, en cambio, tiene vinculación directa con el desarrollo de la infraestructura económica y social de un país. Es el excedente entre la renta que percibe el Estado o una entidad pública y sus gastos corrientes dentro de un lapso determinado. Si la diferencia es de signo positivo hay ahorro. Pero si la renta es inferior a los gastos de consumo se produce un >déficit de capital o bien un endeudamiento por la diferencia. El endeudamiento es una forma de financiar esa brecha.
Por tanto, el ahorro es, desde el punto de vista de la >macroeconomía, la <acumulación de capital que un país destina a la inversión para el desarrollo.
Las altas tasas de ahorro e inversión, que producen un fenómeno continuo de retroalimentación financiera, son precisamente una de las características del >desarrollo. En el >subdesarrollo ocurre exactamente lo contrario: las bajas tasas de ahorro nacional conspiran contra la inversión y conducen a lo que algún economista denominó el >círculo vicioso de la pobreza. Dado que el ahorro es el que permite financiar el proceso de desarrollo, cuando no hay dentro de un país hay que buscarlo fuera. En todo caso, su insuficiencia y la imposibilidad de aumentarlo a corto plazo crean una verdadera “estructura del atraso” y perpetúan sus carencias.