Los gritos “¡abajo!” o “¡arriba!” que tan frecuentemente se lanzan a los políticos, en condenación o en apoyo a ellos y a sus ideas, tienen su origen en las borrascosas discusiones de la Convención Francesa de 1792 en torno al tema de la pena de muerte del derrocado monarca Luis XVI. Ellos fueron, en cierto modo, expresiones equivalentes a las antiguas de “¡viva!” o “¡muera!” que se lanzaban en el circo romano.
En el curso de la segunda etapa de la Revolución Francesa, es decir, de la etapa de la institucionalización de sus conquistas políticas, sociales y económicas, la Convención se había polarizado —no solamente con relación al juzgamiento de Luis XVI sino a todos los demás planteamientos sobre el régimen político que debía darse a Francia— en dos posiciones beligerantes: la de los jacobinos —con Danton, Marat y Robespierre, a la cabeza—, que pugnaban por llevar los postulados de la revolución hasta sus más radicales consecuencias, y la de los girondinos que buscaban una transacción entre las propuestas revolucionarias y algunas de las instituciones del viejo régimen.
En opinión del historiador Jean Egret —autor del libro “La Pré-R-evolution française, 1787-1788”, publicado en 1962—, la “fase prerrevolucionaria” de esa trascendental acción política se extendió desde 1787 hasta 1789. Fue el período preparatorio de la revolución. Después vinieron dos fases revolucionarias: la “revolución burguesa” o “revolución de la libertad” —cuyos testimonios más importantes fueron la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del 26 de agosto de 1789 y la primera Constitución escrita de Francia del 3 de septiembre de 1791— y la “revolución de la igualdad”, ligada a los encendidos debates entre los girondinos y los jacobinos en el seno de la Convención, que se extendió desde 1792 a 1794. Esta fase comprende el período del terror implantado por los comités de salud pública bajo el liderazgo de Robespierre y de Saint-Just, que finalizó el 9 termidor del año II (27 de julio de 1794).
La lucha en la Convención Francesa fue implacable. Encendidas pasiones la convulsionaron. La discusión sobre el destino del rey fue tormentosa. Cuando un orador subía a la tribuna para defender al monarca, los diputados que ocupaban los lugares de ”la izquierda” de la sala prorrumpían con insultos y gritos de que “¡baje de la tribuna!”. Eso ocurrió, entre otros, con el líder girondino Jerome Pétion. Cuando empezó a exponer sus puntos de vista en ayuda del rey, desde la izquierda de la sala vinieron exclamaciones de “¡abajo!” para que abandonara la tribuna. Igual cosa le pasó a Salles cuando quiso apoyar los razonamientos de Lanjuinais en defensa del monarca destronado Luis Capeto, quien terminó sus días en la guillotina el 21 de enero de 1793. Pero lo mismo acontecía con los oradores que acusaban al rey y proponían su pena de muerte. Los diputados “de la derecha” arremetían contra ellos y les pedían a gritos que bajaran del estrado. Cuando los bandos querían que alguien hablara, los gritos en cambio eran “¡arriba!”, para que el aludido ascendiera el podio.
Así transcurrieron las tempestuosas sesiones de la Convención, entre “abajos” y “arribas” de condenación o de aplauso a los protagonistas de los duelos verbales —y a veces también físicos— de quienes tenían en sus manos el destino de Francia después del triunfo de la revolución.
Estas expresiones políticas son, pues, un legado de la historia. Comenzaron en la sala de sesiones de la Convención de Francia cuando el “abajo” significaba que el orador debía abandonar el estrado y el “arriba” era una invitación que formulaba la audiencia para que otro lo ocupara. Y hoy han devenido en una forma de aplauso o de condena contra una idea, un partido o un protagonista de la vida pública.