Bajo presiones de su vecina Rusia, el 11 de marzo del 2014 la península de Crimea —con la ciudad de Sebastopol incluida—, por decisión de su órgano parlamentario regional, declaró su independencia de Ucrania y su integración política y territorial a Rusia. La decisión independentista fue ratificada cinco días después por los ciudadanos crimeos en un plebiscito, en el cual el 96,77 por ciento de los votantes se pronunció por la independencia nacional y la inserción de Crimea como provincia de Rusia. Consecuentemente, el presidente Vladimir Putin de la Federación Rusa; Vladimir Konstantinov, presidente del Consejo Estatal de Crimea; el primer ministro de Crimea Serguéi Aksiónov y el alcalde de Sebastopol, Alexéi Chaly, firmaron el acuerdo de incorporación de los nuevos territorios a la Federación de Rusia.
Dentro del acuerdo, Crimea fue considerada zona económica especial y Sebastopol asumió la calidad de ciudad federal —al igual que Moscú y San Petersburgo— dentro de la Federación Rusa. El Kremlin siempre tuvo interés por la secesión de Crimea, como en su momento la tuvo con Abjasia y Osetia del Sur, que se escindieron de Georgia para vincularse a Moscú.
La península de Crimea, con una superficie de 26.100 kilómetros cuadrados, tenía en ese momento una población de 2’033.700 habitantes, de los cuales el 58% era de origen ruso.
Estados Unidos y la Unión Europea, en respuesta a las presiones del Kremlin sobre Crimea, impusieron a Rusia una serie de sanciones económicas. La separaron del denominado grupo de los ocho —el G-8—, que era un foro de discusión de la economía mundial integrado por los países de mayor desarrollo económico: Estados Unidos, Alemania, Canadá, Italia, Japón, Inglaterra, Francia y Rusia. El gobierno de Washington amenazó a Rusia con el aislamiento político y económico internacional y bloqueó las millonarias cuentas depositadas por los miembros del círculo íntimo del presidente ruso Wladimir Putin en bancos norteamericanos.
Se creó una cierta tensión internacional, que a muchos recordó los tiempos de la guerra fría. Pero las potencias occidentales manejaron el asunto con suma prudencia, de modo que las tensiones bajaron de nivel.