El 15 de abril de 1989 estallaron en Pekín grandes manifestaciones callejeras que clamaban por la libertad de expresión y la implantación de un gobierno democrático en la República Popular de China. Lideradas por estudiantes y trabajadores, las movilizaciones populares, incrementándose día a día en número, duraron varias semanas y tuvieron resonancias en centenares de ciudades chinas —incluidas Shanghai, Urumqi y Chongqin—, por cuyas calles y plazas marcharon centenares de miles de manifestantes disconformes con el régimen autoritario impuesto por el Partido Comunista. Grandes grupos de estudiantes ocuparon la Plaza de Tiananmen en Pekín el 13 de mayo e iniciaron una huelga de hambre, pidiendo al gobierno que conversara con los representantes elegidos por los estudiantes y no con las asociaciones estudiantiles oficialistas formadas y controladas por el Partido Comunista. Centenares de estudiantes optaron por la huelga de hambre y recibieron el apoyo de otros miles de estudiantes y residentes de Pekín, que continuaron las protestas durante toda la semana.
El gobierno finalmente rechazó las reivindicaciones planteadas por los manifestantes y tomó la decisión de acallar las protestas por la fuerza. El 20 de mayo declaró el imperio de la ley marcial. Y en la noche del 3 de junio envió un gran contingente de tanques, vehículos de artillería y fuerzas de infantería del Ejército Popular de Liberación de China a la Plaza de Tiananmen, donde estaba concentrada la multitud.
Y al día siguiente abrieron fuego para disolverla. Se produjo una terrible matanza —la denominada “masacre de Tiananmén”—, que puso fin al proceso de protesta popular de los estudiantes, trabajadores e intelectuales descontentos con el régimen político de Pekín, al precio de miles de personas acribilladas por las balas del Ejército Popular de Liberación de China.
Las cifras que se manejaban eran de fuente occidental.
Ese hecho marcó, sin duda, hondas heridas y cicatrices en el país asiático.
Allí se produjeron varias semanas de movilizaciones de protesta que se iniciaron el 18 de abril de 1989. Y vino la denominada “masacre de Tiananmen” que dejó un número desconocido de muertos, varios miles de heridos, miles de arrestados. Y es que los tanques y equipos blindados y las tropas de infantería del Ejército Popular de Liberación de China abrieron fuego contra los manifestantes y dejaron un saldo trágico.
Fueron movilizados unos 200.000 soldados para contener y reprimir las manifestaciones que coparon la gigantesca Plaza de Tiananmen.
La tragedia se inició en una serie de manifestaciones callejeras de protesta —lideradas por los estudiantes y los jóvenes— contra el gobierno de la República Popular de China, en las que participaron también —junto con los estiudiantes— intelectuales que creían que el gobierno del Partido Comunista era demasiado represivo y corrupto y trabajadores de la ciudad que se quejaban de los efectos nocivos de la inflación y el desempleo.
Varias decenas de personas fueron sometidas a la pena de muerte.
Y nunca se supo el número de víctimas porque el gobierno explulsó a la prensa extranjera y controló severamente los medios de prensa locales. Pero, según fuentes ligadas a la Cruz Roja china, los muertos sumaron 2.600 y hubo entre 7.000 y 10.000 heridos. Tras la violencia, el gobierno de Pekín emprendió un gran número de arrestos para suprimir a los instigadores del movimiento, expulsó a la prensa extranjera y controló estrictamente la cobertura de los acontecimientos por la prensa china.
Pero la cruel represión de la protesta de la Plaza de Tiananmén causó la condena internacional de la actuación del gobierno de la República Popular China. Éste declaró la “ley marcial” el 20 de mayo pero las manifestaciones continuaron. Entonces el Partido Comunista decidió detener la situación antes de que fuera más lejos y, tras una deliberación de sus dirigentes, los soldados y tanques de las divisiones 27 y 28 del Ejército Popular de Liberación fueron enviados para asumir el control de la ciudad.
El Ejército Popular de Liberación fue establecido el 1 de agosto de 1927, fecha de solemnes celebraciones anuales.
Un funcionario no identificado de la Cruz Roja china aseguró que hubo 2.600 muertos, 2.000 ciudadanos heridos y que los obreros arrestados en Pekín fueron juzgados y ejecutados, y que dirigentes estudiantiles fueron condenados a cárcel. Los dos presentadores de la CCTV —la televisión central china—, que informaban de los hechos, fueron despedidos pocos días después de los acontecimientos.
Wu Xiaoyong, hijo de un miembro de Comité Central del Partido Comunista, y el Viceprimer Ministro Wu Xueqian fueron expulsados del Departamento de Programas en Inglés de la Radio Internacional China. Y Qian Liren, Director del “Diario del Pueblo” —que era el periódico del Partido Comunista de China— fue también expulsado a causa de los artículos en apoyo a los estudiantes.
Pero el 2 de junio de ese año alrededor de cien mil personas se juntaron en Tiananmen para escuchar el concierto del cantante Hou Dejian en apoyo a los protestantes.
Como recuerdo anecdótico afirmo que las mencionadas protestas coincidieron con la visita a Pekín del líder soviético Mijail Gorbachov —la primera de un dirigente ruso en treinta años—, quien tuvo que entrar por una puerta trasera al Palacio de la Revolución para asistir al banquete oficial que le ofrecía el gobierno chino, puesto que la Plaza estaba repleta.
Un hito muy importante en la política internacional de China y en su proceso económico fue el XIX Congreso del Partido Comunista, reunido en Pekín del 18 al 25 de octubre del 2017 en medio de extremadas medidas de seguridad, donde el Presidente chino planteó como línea ideológica partidista el “Pensamiento de Xi Jinping sobre el Socialismo con características chinas para una Nueva Era”, contenido en los siguientes puntos: 1) garantizar el liderazgo del Partido; 2) comprometerse con un enfoque centrado en la sociedad; 3) continuar con una reforma integral y profunda; 4) adoptar la nueva visión para el desarrollo; 5) considerar que la sociedad es la que gobierna el país; 6) garantizar que todas las áreas de gobierno deben estar basadas en el Derecho; 7) defender los valores socialistas; 8) asegurar y mejorar las condiciones de vida de la sociedad a través del desarrollo; 9) afirmar la armonía entre el ser humano y la naturaleza; 10) perseguir un enfoque global para la seguridad nacional; 11) defender la absoluta autoridad del Partido Comunista sobre el Ejército Popular; 12) sostener el principio de “un país, dos sistemas” e impulsar la reunificación nacional; 13) promover la construcción de una sociedad de futuro compartido con toda la humanidad, y 14) ejercer un control total y riguroso del Partido.
En aquella oportunidad 2.958 delegados al Congreso votaron a favor de la reelección de Xi Jinping como Secretario General del Comité Central del Partido Comunista —que en ese momento tenía 89 millones de afiliados—, para un segundo período, y su continuación como Presidente de la República Popular China y Presidente de la Comisión Militar Central de la República Popular China para los siguientes cinco años.
Solo hubo dos votos en contra, un voto nulo y tres abstenciones.
Además le reiteraron el mando sobre el fortalecido ejército chino, al que Xi Jinping había calificado de “primer nivel mundial”. Y con ello el gobernante fue encumbrado a niveles de culto a la personalidad que no se habían visto desde los tiempos del autoritarismo vertical de Mao Tse-Tung, puesto que, en realidad, a partir de la época del Gran Timonel ninguno de los líderes políticos había alcanzado una posición tan elevada.
“Esta es una nueva coyuntura histórica en el desarrollo de China”, afirmó el gobernante en su discurso al señalar las metas políticas, económicas y militares que se proponía alcanzar para “garantizar la seguridad nacional” como parte de su “modernización socialista”.
Agregó: “La apertura trae progreso para nosotros mismos, el aislamiento deja a alguien detrás. China no cerrará sus puertas al mundo, será cada vez más abierta”. Y concluyó que “es hora de que tomemos el centro del escenario mundial y hagamos una mayor contribución a la humanidad”.
Al concluir la reunión del XIX Congreso partidista se aprobó la siguiente declaración oficial, que fue muy elocuente para reflejar la autoridad presidencial: “El Congreso reconoce por unanimidad el Pensamiento Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una nueva era como una guía para la acción, junto con el marxismo-leninismo, las ideas de Mao Zedong, la teoría de Deng Xiaoping, la Triple Representatividad, así como la concepción científica del desarrollo”.
Y fue así como el 25 de octubre del 2017 —a los 64 años de edad— Xi Jinping inició su segundo mandato presidencial, con la desafiante proclama de que “estamos dispuestos a librar la sangrienta batalla contra nuestros enemigos”.
Pero, según los grupos defensores de los derechos humanos, en ese período creció la represión política y la sociedad china sufrió la pérdida de algunas de sus libertades. Muchos militantes comunistas fueron perseguidos en el marco de las campañas anticorrupción y de disciplina partidista emprendidas por el gobierno de Xi Jinping. La represión subió de nivel. En el área de la información, Internet fue celosamente controlada y censurada para evitar la “infiltración de ideas occidentales”.
Y el líder chino habló de una “nueva era” para su país.
Bajo su régimen gubernativo —y a pesar de la desaceleración de la economía china— sus empresas penetraron e invirtieron en las economías latinoamericanas como nunca antes y se dio una gran expansión del poder imperialista chino sobre América Latina en la segunda década del siglo XXI.
Willy Lam, analista político y profesor de la Universidad China de Hong Kong, explicó a la BBC de Londres en aquellos días: “Xi ha restablecido y reforzado la base leninista —y maoísta— del Partido. Las iniciativas reformistas incorporadas por el gran reformista Deng Xiaoping —como el liderazgo colectivo, el fin del culto a la personalidad, la terminación de las campañas ideológicas, la separación entre el Partido y el gobierno— han sido desechadas”.
Y es que la reforma constitucional fue de gran magnitud política puesto que suprimió el límite de dos mandatos que estaba vigente y abrió las posibilidades de que Xi Jinping promoviera indefinidamente su reelección presidencial.