Es el principal y más cercano satélite natural de la Tierra, situado a 384.400 kilómetros de distancia. Tiene un diámetro ecuatorial de 3.476 kilómetros y su período orbital sideral es de 27 días, 7 horas y 43,1 minutos. Y mantiene una relación
sincrónica con la Tierra, de modo que hay una constante y equilibrada relación espacio-temporal entre los dos cuerpos espaciales.
El influjo gravitatorio lunar produce las mareas en los océanos y mares de la Tierra. Y su influencia en las artes, la mitología y el calendario humanos ha resultado determinante a lo largo de los tiempos.
La Luna ha sido visitada por varias misiones terrestres. La primera en llegar a su suelo, después de 77 horas y 55 minutos de vuelo, fue la nave no tripulada de la Unión Soviética —Sputnik 1—, el 4 de octubre de 1957, que cursó por 77 horas y 55 minutos el espacio hasta llegar a su destino, donde permaneció por tres meses. Fue el primer hito de la era espacial. Y, en respuesta, el gobierno de Estados Unidos —presidido por Dwight D. Eisenhower, militante del Partido Republicano y General de las fuerzas armadas estadounidenses— puso en el espacio el 31 de enero de 1958 su primer satélite artificial —el Explorer 1— y fundó la National Aeronautics and Space Administration (NASA) el 29 de julio de ese año.
Pero poco antes, el 1 de febrero, había colocado en órbita terrestre sus dos primeros satélites artificiales —Explorer 1 y Explorer 2— lanzados desde Cabo Cañaveral en La Florida.
El 20 de julio de 1969, a bordo del Apolo 11 de la NASA, llegó a la Luna la primera misión tripulada norteamericana —integrada por los cosmonautas Neil A. Armstrong, Michael Collins y Edwin Aldrin— después de 195 horas, 18 minutos y 35 segundos de vuelo.
El reloj de Houston señalaba en ese momento las 22:56 horas.
Y el primer ser humano en pisar la Luna fue el Coronel Neil Alden Armstrong (1930-2012), piloto naval de alta gradación y piloto de pruebas en las fuerzas armadas norteamericanas, profesor universitario, Ingeniero Aeroespacial, Comandante de la Misión Apolo 11 y el primer astronauta de la historia en alunizar y caminar sobre la superficie lunar. Lo hizo por dos horas y media, junto con Buzz Aldrin, mientras Collins orbitaba en el módulo lunar y esperaba que sus compañeros volviesen al vehículo espacial para retornar a la Tierra.
Y de Armstrong fue la frase pronunciada al instante de pisar suelo lunar: “este es un pequeño paso para el hombre, pero un salto gigantesco para la humanidad”.
Fue al llegar la astronave —spacecraft, en inglés; wostok-2, en ruso y alemán— a la superficie lunar que se produjo un diálogo electrizante entre los cosmonautas, quienes se mostraron aterrorizados por la presencia de una nave espacial extraterrestre cerca de ellos en la Luna.
— “¿Qué demonios es eso? ¡Es lo único que quiero saber!”, exclamó Armstrong.
— “¡Esas cosas son inmensas, señor! ¡Enormes, oh Dios! ¡No vais a creerme!”, respondió Aldrin. Y advirtió:
“¡Os digo que hay otra nave espacial ahí fuera! ¡Están en la Luna, mirándonos!”.
Hay quienes creen que la NASA ha pretendido ocultar este diálogo que pudiese ser una información perturbadora para la humanidad —diálogo que la institución espacial no permitió escuchar al público—, puesto que se trataba de una conversación escalofriante, razón por la cual la entidad espacial norteamericana promovió una acción de encubrimiento en gran escala.
Fue en esas circunstancias que Armstrong y Aldrin plantaron la bandera estadounidense en la Luna, hablaron por radio con el Presidente Richard Nixon, caminaron por dos horas sobre la superficie selenita bajo una gravedad seis veces menor que la terrestre, recogieron muestras de materias lunares e instalaron allí sofisticados equipos electrónicos de rastreo.
Y es que el descenso de las naves en la superficie lunar —el alunizaje, o sea la acción de posarse en la Luna— se hizo tradicionalmente sin pasajeros; pero esta misión espacial —Apolo 11—, que partió desde Cabo Kennedy (antes llamado Cabo Cañaveral) en La Florida el 16 de julio de 1969 y llegó a la superficie lunar el 20 del mismo mes para retornar a la Tierra el 24, tuvo tres tripulantes: el Comandante Neil A. Armstrong, Michael Collins y Edwin E. Aldrin. lunar y esperaba que sus compañeros volviesen al vehículo espacial para retornar a la Tierra.
Esa es la historia.
Maurice Chatelain, ex-Jefe de Comunicaciones de la NASA, declaró hace varios años que “los vuelos de Apolo y Gémini fueron seguidos a distancia —y a veces de cerca— por vehículos de origen extraterrestre” y que, cuando eso ocurría, las autoridades militares de la NASA ordenaban silencio absoluto.
monolitos distribuidos de acuerdo con un patrón regular, que fueron descubiertos por el astrónomo William Blair en las fotografías tomadas en 1967 por una de las sondas del programa lunar.
La NASA, no obstante, negó la existencia de tales ruinas selenitas y habló de “efectos ópticos” para restar importancia al asunto.
Pero los científicos del Instituto para la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre (“Search for Extra-Terrestrial Intelligence (SETI)”, fundado en 1984, están convencidos de que existen seres extraterrestres. Por eso desarrollaron un telescopio gigante que empezó a operar en el año 2005, con capacidad para captar señales a una velocidad cien veces más rápida.
De allí que una misteriosa y débil señal de radio que parecía provenir de un punto situado entre las constelaciones de Piscis y Aries —en las profundidades del espacio exterior—, recibida en tres diferentes ocasiones en el telescopio de Arecibo en Puerto Rico, en febrero del 2003, haya intrigado mucho a los astrónomos puesto que podria proceder de una civilización extraterrestre, según informó la revista “New Scientist” de Londres a principios de septiembre del 2004.
Este hecho clave y fundamental en el proceso de conquista espacial fue parte del Programa Apolo (1963-1972) diseñado para enviar el hombre a la Luna y “devolverlo sano y salvo a la Tierra antes del fin de la década”, según dijo el 25 de mayo de 1961 el Presidente John F. Kennedy ante el Congreso Federal en el apogeo de la guerra fría y en medio de la implacable competencia por la conquista espacial entre las dos grandes potencias de aquel tiempo.
Seis de las misiones Apolo alcanzaron el objetivo: Apolo 11, 12, 14, 15, 16 y 17.
El Apolo 13, en abril de 1970, no pudo posarse en la Luna por problemas mecánicos en el tanque de oxígeno número 1. Y, por tanto, sus tripulantes se limitaron a tomar fotografías durante su circunvalación en la órbita lunar, antes de retornar.
Esas seis misiones trajeron cerca de 400 kilos de materias lunares para su análisis científico.
Ellas fueron precedidas por dos misiones tripuladas que giraron en órbita alrededor de la Luna pero que no bajaron a su suelo: la del Apolo 8 en diciembre de 1968 y del Apolo 10 en mayo de 1969.
Después de esa misión —que fue la primera en alunizar— vinieron: Apolo 12 que se posó en la Luna el 19 de noviembre 1969, Apolo 14 que lo hizo el 5 de febrero de 1971, Apolo 15 el 30 de julio de 1971, Apolo 16 el 20 de abril de 1972 y Apolo 17 el 7 de diciembre de 1972.
En cada uno de esos viajes dos de los tres cosmonautas de la tripulación caminaron sobre la superficie lunar.
Los ingleses, soviéticos, chinos, alemanes y de otros países siguieron, mediante sus radiotelescopios, las misiones en la Luna.
Durante la competencia espacial planteada entre Estados Unidos y la Unión Soviética —que, sin duda, formó parte de la guerra fría—, los soviéticos enviaron al satélite en septiembre y noviembre de 1970 las naves no tripuladas Luna 16 y Luna 17 para recolectar por medios automáticos muestras de su suelo y traerlas a la Tierra. Y el 17 de noviembre la cosmonave Luna 17 colocó allá el robot automático Lunokhod 1, manejado a control remoto desde la Tierra, que ha recorrido la superficie lunar por varias décadas y ha enviado abundante información.
Algunos científicos aceptan, como hecho cierto y comprobado, que la NASA —o sea la entidad norteamericana de investigación espacial— llevó al hombre a la Luna, pero creen que ella quiere ocultar algo que pudiera ser una “información perturbadora” para la humanidad y, por eso, promueven una acción de encubrimiento en gran escala. Y es que radioaficionados de varios países, que siguieron directamente con sus propios equipos UHF las comunicaciones de voz entre los astronautas y el centro de control en Houston —conversaciones que la NASA no permitió escuchar al público— dijeron haber oído un diálogo escalofriante entre los cosmonautas Neil Armstrong y Edwin Aldrin del Apolo 11, quienes se mostraban aterrorizados por la presencia de una nave espacial extraterrestre cerca de ellos en la Luna.
Maurice Chatelain, ex-Jefe de comunicaciones de la NASA, declaró hace varios años que “los vuelos de Apolo y Gémini fueron seguidos a distancia —y a veces de cerca— por vehículos de origen extraterrestre” y que, cuando eso ocurría, las autoridades militares de la NASA ordenaban silencio absoluto.
Y es que hay científicos que creen que seres no terrícolas estuvieron antes en la Luna. Hablan de la existencia de unos monolitos de más de 200 metros de altura, distribuidos de acuerdo con un patrón regular, descubiertos por el astrónomo William Blair en las fotografías tomadas en 1967 por una de las sondas del programa lunar. La NASA, no obstante, negó la existencia de tales ruinas selenitas y habló de “efectos ópticos” para restar importancia al asunto.