La expresión viene del inglés complexity theory, que designa un nuevo punto de vista sobre la realidad y un emergente método de conocimiento y análisis científicos de ella, surgidos en los años 80 del siglo anterior. Pero es un punto de vista integral, dinámico, en movimiento, que incluye dentro de sus observaciones la observación a sí mismo, de modo que se autocuestiona y es capaz de denunciar sus propias deficiencias y contradicciones.
La teoría de la complejidad es una categoría científica en formación —fundada, en gran medida, sobre la teoría del caos— que se aplica a los sistemas complejos de la realidad. La asociación entre las dos teorías se debe a sus planteamientos sobre procesos causales y no lineales y a sus comportamientos no deterministas. Tienen ellas, por tanto, muchos puntos de contacto aunque son diferentes ya que la una plantea el caos y la otra un orden complejo.
Heinz Pagels, Roger Lewin, Edgar Morin, Gaston Bachelard, François Jacob, Michel Serres, M. Michell Waldrop, Iliya Prigogine y otros pensadores y científicos norteamericanos y europeos que la patrocinan sostienen que la teoría de la complejidad es “la ciencia del siglo XXI”.
Ella concibe el movimiento como la forma de existir de la materia y del pensamiento. Las partículas que integran la materia se encuentran en continuo movimiento. Ninguna manifestación de la materia ni del pensamiento está en quietud o en reposo.
Tiene una visión integral del mundo —del mundo como un todo— que atiende los nexos entre los sistemas vivientes. Como bien dice el sociólogo, antropólogo y filósofo francés Edgar Morin, obstinado y pertinaz explorador de la complejidad, “el mundo como un todo está cada vez más presente en cada una de sus partes”. Este es el punto de vista central de la teoría de la complejidad, que descubre en toda su infinita profundidad la complejidad de lo real y que permite asociar en la unidad elementos antagónicos pero complementarios, reconocer la dualidad en el seno de la unidad y ver la cohabitación del orden y el desorden en todas las cosas.
Uno de los que han desarrollado esta teoría es Michell Waldrop en su libro “Complexity: The Emerging Science al the Edge of Order and Chaos” (1994), que sostiene que a cada nivel de complejidad corresponden propiedades completamente diferentes de las cosas y que en cada etapa de su evolución son necesarias nuevas leyes y conceptos.
Para esta teoría la complejidad de todo lo viviente es enorme, hasta el punto que la complejidad del ser humano, de la sociedad, de la Tierra, del cosmos ha obligado a redefiniciones científicas, dentro de las cuales algunos problemas se han declarado “no científicos” mientras que otros, que no han estado en la mira de la ciencia, han pasado a ser sus objetivos importantes. En general, las teorías, ideas, ideologías —en suma: la cultura— han tenido que ser repensadas. Y se ha forjado un pensamiento multidimensional capaz de aprehender la complejidad de lo real. Por eso Morin, en sus cinco volúmenes de “El Método” publicados entre 1977 y 2002, habló en los albores del tercer milenio de una nueva teoría antropocosmológica y definió al ser humano como un homo complexus, porque es una criatura “sensible, neurótica y delirante” al mismo tiempo que racional. Es racional e irracional y, por tanto, capaz de toda clase de mesuras y desmesuras. Ama y odia, es tierna y violenta, sonríe, ríe y llora. Está compuesta de elementos racionales pero también de elementos afectivos. Es seria y calculadora pero al mismo tiempo “ansiosa, angustiada, gozosa, ebria y extática”. Se pierde por los laberintos del mito, la magia y la hechicería pero es capaz también de introducirse en la filosofía y la ciencia. Combina el conocimiento científico con la quimera, y la civilización con la barbarie. Se mueve entre el determinismo y la libertad. En su naturaleza alternan el homo sapiens con el homo demens, o sea que en ocasiones la inteligencia se impone sobre la emoción y en otras ocurre el fenómeno inverso. Pero esa complejidad se acrecienta si pensamos, como dice Morin, que “somos la extremidad de un ala cósmica, impulsados en y por una aventura que nos supera. Estamos poseídos por los mitos, los dioses, las ideas; somos sonámbulos casi totales” en un mundo de complejidades insondables.
Lo cual explica que el hombre combine su desarrollo económico con el subdesarrollo ético, psíquico, afectivo y humano que le aqueja. A su alrededor la civilización y la barbarie están a un paso. Somos tribus de bárbaros con energía nuclear.
Morín afirma que la relación entre el individuo y la sociedad de la que forma parte es una relación dialógica e interactiva porque “somos engendrados por la sociedad que engendramos” y porque poseemos ideas y mitos que nos poseen.
Dentro de su mirada general —macrocósmica y microcósmica—, la teoría de la complejidad ve a la sociedad humana como un objeto ontológicamente muy intrincado porque envuelve una enorme cantidad de elementos de diversa clase, relacionados entre sí de múltiples maneras, en una suerte de “juego de espejos” en que ellos se reflejan mutuamente.
Fue el sociólogo alemán Niklas Luhmann (1927-1998), en su libro ”Teoría de la Sociedad” (1993), al abordar el tema social desde la perspectiva multidisciplinaria de la teoría general de sistemas, quien incorporó al análisis social la noción de la complejidad. Luhmann afirmó que “la complejidad tiene la forma de una paradoja: la complejidad es la unidad de una multiplicidad”. Y añadió: “la unidad es compleja en la medida en que posee varios elementos y los une mediante relaciones”.
En su obra “The Society of Society” (1997) Luhmann concibió el orden social como un complejo sistema orgánico y psíquico, producto de una gran diversidad de sistemas que operan e interactúan de manera simultánea. A la suya, por eso, se le denominó sociología de la complejidad.
Para estudiar los sistemas sociales, Luhmann adoptó el concepto de autopoiesis —formulado por el biólogo chileno Humberto Maturana al definir la organización de los organismos vivos, que tienen la capacidad de producir y reproducir por sí propios los elementos que los constituyen— y dijo que “los sistemas autopoiéticos son los que producen por sí mismos no sólo sus estructuras, sino también los elementos de que están compuestos”.
Sin embargo, hay pensadores que, sin negar las complicaciones de lo social, atribuyen las dificultades no al objeto social sino al sujeto que lo observa sin la capacidad para comprender su sistema. De donde concluyen que la complejidad es una cuestión subjetiva antes que objetiva.
Ocurre con frecuencia, entonces, que la realidad social sobrepasa los linderos de la complejidad y entra en los dominios del caos. Y no es que el caos no tenga explicación. Con frecuencia la tiene, puesto que en último término obedece a un sistema de causas y efectos, aunque ellos sean en buena medida aún desconocidos por la ciencia. Lo difícil es remediar el desorden catastrófico que frecuentemente asumen los hechos sociales.
La teoría de la complejidad se estudia en muchas universidades y centros científicos del mundo. Por ejemplo: en el Santa Fe Institute de Nuevo México, en Los Alamos National Laboratory (Center for Non-Linear Studies), en el Instituto de Tecnología de Georgia y en la Universidad de California en Berkeley, Estados Unidos; también en el Centro de Investigaciones en Saclay, Francia; y en el Grupo Especializado de la Universidad Libre de Bruselas en Bélgica. En el Santa Fe Institute trabaja sobre el tema un grupo interdisciplinario muy importante compuesto, entre otros, por el biólogo molecular Stuart Kauffman, el científico cibernético John Holland, el economista Brian Arthur, el matemático John Casti y el físico Murray Gell-Mann.